Me recodó al trueno cuando
este, parece sentenciar,
todo,
todo a su alrededor se giraba
para verle hablar.
Los trapos que le vestían
no decían de él,
ni su verdad,
ni su mentira.
Alto,
como esos chopos ancianos
a la orilla de ciertos
y afortunados ríos.
Desdeñado,
como la ola de mar que tropieza
con el acantilado.
Serio,
como quien rifa su alma
a puerta del cementerio.
Si,
su voz me recordó al trueno,
sus manos, arañadas de vida,
me hicieron pensar en otros momentos,
en otros días,
en esos ayeres sin rencor
o ajena prisa.
Dormía, junto al cajero automático
de la esquina,
entre cartones que nunca
vieron luz del día.
Y como el trueno,
desapareció, lo hizo
tan, tan despacio y tan normal,
que dé su voz no hay memoria,
ni de su vida,
vestigio o alegría.