Hay lunas que deambulan sin noche,
son lunas tristes, sin protagonismo.
Las veo muchas mañanas
cuando piso la calle y miro al cielo
con esa tonta esperanza que inunda las entrañas.
Son lunas como los ojos del amigo
que sin permiso y sin abrazo,
dejó la tierra como lo hizo el relámpago.
He visto tantas lunas
como lagrimas en los ojos del hombre.
También escuché sus gritos
sin que en ellos fuera un reproche.
Hay días en los que me odio,
y otros, en los que culpo al mundo,
por estar tan solo pese a tanto amigo,
pese a tanto amor, pese a tanto cariño.
No sé, más que culpar de oidas
a quienes sin saberlo son y sin quererlo temen,
a una muerte muda, flaca y repelente.
Hay lunas que dejan la noche, que invierten en el día,
hay lunas que disimulan,
que callan, y muy despacito, caminan.
Estoy que no me siento,
que no sé si llego,
que no me reconozco.
Estoy, que ni el consuelo me sabe,
me siente, me quiere.
Esperando lo que se espera junto a un teléfono que, callado,
me mira y desprecia.
Con ese amigo que nunca sobra,
¡a pies de su cama!
Veo aquella lejana luna, sigue callada
y nos vigila con lo que parecen lagrímas
en el mudo silencio de su cara.
No bajo la cabeza, ¡a pies de aquella cama!
mientras ella, aún sin mediar palabra,
pasea sin dejar de lado esa tan,
tan triste mañana.
Poema del libro Arrugas y cicatrices de JMD ediciones. Dedicado a mi amigo y gran escritor D. Manuel Vicente Segarra Berenguer. En paz descanse.
