Xxi
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Levantéis o no
la patita para mear,
mordáis, ladréis
llevéis o no, collar.
A mí, me la pela
¡Eso sí!
Os prefiero más lejos
que cerca, y ya os digo yo,
que es por asco,
y no por alergia.
Con los testículos pelados
de soportar impresentables,
unos más y otros menos,
pero todos inmaculados
y con aires.
He comenzado a vacunarme
e ir a misa de matinales,
a ver si logro que la sangre
se me relaje antes, de verme
obligado a matar nadie.
No bastaba con los tontos,
los gañanes y los gilipollas,
ahora nacen los hijos de perra
como la tristeza,
de debajo de las piedras y,
en los soportales sin maceta
que plagan dulces
y ansiosas abuelas.
Si les señalas con el dedo,
huyen como cobardes y
sin saber que es la vergüenza,
siempre por las calles oscuras
largas y estrechas,
que dan a plazoletas y terrazas
donde abundan los cafés
y corre la cerveza.
Allí, se apalancan a ver
a quien engañan
babeando su mísera pena
entre los dientes y las orejas.
No hay escopetas
que acaben con la plaga,
ni médicos para castrarla,
por eso ríen mientras tosen,
carraspean y ladran,
esos mal nacidos
que, pese a caminar a dos patas,
gustan el olerse el culo,
y gustan, en morder con gana.
La mano que les alimenta
y el reflejo de quien,
en su misma cama,
follarse se deja.
Se les ve desde lejos,
pero los identificamos
siempre de cerca
y con una inversión
mínima de tiempo,
por eso nos llenan
de garrapatas e inyectan
su putrefacto aliento,
cuando agarrados a nuestra
pierna nos restriegan
su polla y huevos.
Los he visto llorar hacia fuera,
jamás para adentro.
Les he escuchado cantar
y predicar lo malo y lo bueno.
Pero también les vi,
cuando llegaban por la espada,
acuchillar la carne
y desgarrar sueños
y las almas, de aquellos
otros muchos que tan solo
se apiadaron de ellos,
y de su bolsillo, casi sin tener,
les compraron pienso,
birra y pitillos.
