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Lugares

Cuando éramos chicos, solíamos ir a un parque con vista al Río de la Plata, bellísimo e inundado de una preciosa flora y una increíble promesa que siempre se sentía de que ese mismo día iba a ser un día para el recuerdo. Con el paso de los sábados, domingos, feriados, decidimos adoptar un sector del parque y apropiarnos de él, tal sería la desilusión si en alguna ocasión encontráramos a alguien establecido allí antes de nuestra llegada, algo que por suerte nunca sucedió. Nuestro árbol no tenía nada especial en su fisonomía, era un árbol que se encontraba entre los estándares normales de un buen árbol para trepar. Al ser la menor de tres hermanos, por supuesto tenían que ayudarme a subir al menos al principio y eso provocaba enfado y quejas en mis hermanos, ansiosos en ver quién llegaba a la cima primero. Me ayudaban, sin embargo.
Mágicos juegos inventábamos, siempre distintos, siempre divertidos: el principal se basaba en el arduo objetivo de exterminar a las orugas, que requería la división de tareas categorizándolas en:
1. Localizarlas y ubicarlas.
2. Con ayuda de un palo o rama, tirarlas de los árboles.
3. Avada Kedavra: tarea final, darles muerte.
Luego, correr, buscar, esconder, pintar con flores amarillas, armar patos con las famosas flores pato. Reír, reír hasta llorar, reír con el alma y los huesos y las entrañas, el cuerpo temblando, las mejillas doliendo, y nos encontrábamos en un punto en el que nos reconocíamos por lo que éramos, sabíamos que pasara lo que pasase nosotros tres estábamos viviendo ese momento, y que nosotros tres éramos ese momento, y esa certeza y conciencia sobre nuestra existencialidad nos unió a ese sentir de tal forma que jamás nos pudimos despegar, jamás pudimos volver el tiempo atrás.
Y años después sigo volviendo a aquellos tiempos. En otoño, verano, invierno y primavera, siempre volviendo. Llegué a la mera conclusión de que no tenemos lugares favoritos sino momentos, momentos en el tiempo que ya no se recuperan y que solo existen en nuestra memoria, y que los lugares que extrañamos o que nos producen felicidad son simples reflejos o fantasmas de lo vivido, lo pasado, lo irrecuperable.
Lo mismo sucede con las personas: cuántas veces viajamos no por el destino sino por la compañía, e incluso sin compañía nunca estamos realmente solos y solemos disfrutar de ello (cabe aclarar que con compañía a veces nos sentimos más solos que estando en soledad). Cuántas veces anhelamos unos brazos a los cuales regresar, a los cuales correr. Unos ojos que nos miren las angustias y unos labios que nos besen la tristeza.
Camiladavel27 de octubre de 2017

4 Recomendaciones

2 Comentarios

  • Polaris

    Una oda al amor, me ha gustado.

    Pol.

    29/10/17 01:10

  • Chay

    Añoranza de tiempos maravillosos,que ya no volverán....nunca.....Un placer,Camiladavel.

    29/10/17 12:10

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