El príncipe del drama era así como lo conocían sus amigos. Un grupo extenso de personas que había crecido junto a él desde que tenía memoria. Lo consideraban su hermano, parte de sus familias pero nunca entendieron por lo que el pasaba, lo que el sentía. Igual, Santiago nunca hablaba mucho de ellos. Pero sus dotes actorales eran únicos. Cuando con ellos estaba, sus ojos azules brillaban y sus blancos dientes relucían increíblemente ya que no paraba de reír.
Los hacía pensar, por lo menos ellos creen eso, que tenía un buen rato al estar a su lado y que nunca, nunca dudaría de su amistad y que sin importar que pasara ellos estaría allí para recoger los pedazos de un corazón roto, ellos estaban listos, listos para todo, incluso para hacerlo más feliz, más feliz que nunca.
Corría un día de enero. Un enero frio, lluvioso como los de nuestra ciudad. Un enero, que llenaba los cuerpos de alegría, temor y ansiedad por lo que vendría este nuevo año. Un año que se sospecha acabará en el 2012, pero que para aquellos que mueren, termina mucho antes, antes de los esperado, antes de lo deseado, pero uno de ellos, o tal vez miles de ellos desean que se acabe. Cabezas rodantes, pensantes, intrigantes, mal pensantes, solitarias que en una esquina de un parque se asientan; a jugar, a comer, a fumar, a viajar y por dentro de ellas, se genera un vacio. Un vacio que se vuelve duda, dolor y rencor; un vacio más en esta ruta que nos lleva a algún lado y a la vez a ninguno. Santi, Santi, Santi, si alguna vez encontraras rumbo, no llegarías a esto.
