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El Escarabajo que Todo Lo Vio

Estaba escondido bajo tierra. Hacía exactamente un año, desde que era una pequeña larva, que esperaba los primeros rayos de Sol de la primavera para salir a la superficie. Pronto estarían sembradas las patatas, y su ciclo natural de reproducción podría comenzar bajo las verdes y tiernas hojas.
Cuando escuchó el ruido del tractor, todo su metabolismo se aceleró. Empezó a perforar la dura costra de la tierra, iniciando la aventura de salir a la superficie, trepando por el tallo de una amapola cercana. Desconocía el mundo exterior y sentía verdadera curiosidad. La luz del Sol, hasta que sus ojos se fueron adaptando, le cegó por completo...
El ruido ensordecedor del tractor cesó de repente, para dar paso a las voces airadas de dos personas que, entrando en el pequeño terreno junto al río, discutían acaloradamente.
––¡Si lo deseas puedes separarte de mí, pero no vas a sacarme ni un Euro! ––la voz era la de un hombre de unos 45 años que estaba descargando unos sacos de patatas del vehículo.
––¡Eso lo veremos! ––la mujer, con una azada en la mano derecha, tenía una mirada amenazadora.
––¡Ya lo verás! ––el hombre, cargaba sobre sus hombros un saco de patatas ––. Nuestros hijos ya son mayores. No tengo la obligación de pasarte una pensión.
––Lo que tú quieres, como has hecho toda la vida, es que me marche de casa y liarte con Maribel ––la mujer parecía celosa al pronunciar aquel nombre––. ¡Siempre fuiste un mujeriego sinvergüenza!
El hombre dejó el pesado saco sobre la tierra y propinó un fuerte bofetón a la mujer. El chasquido, como un latigazo, asustó al escarabajo que casi se cae de la amapola. Levantó su pequeña cabeza, sosteniéndose con dificultad sobre la planta movida por el viento.
De pronto, vio como la azada se elevaba en el aire y caía sobre la cabeza del hombre. Escuchó el chasquido de huesos rotos y, casi al instante, un líquido viscoso y rojo se mezcló con la oscura tierra.
Pronto supo que allí, delante de sus ojos, se había cometido un crimen. Bajando lentamente de la amapola, se encaramó a una mata de hierba mucho más alta. Más que miedo, sintió una gran curiosidad por saber lo que estaba ocurriendo.
La mujer, después de haber propinado el fuerte golpe sobre la cabeza del hombre, se había quedado como petrificada. Durante unos minutos solamente susurró, repetidamente, algo así como: «¿Qué he hecho, Dios mío?»
De pronto, pareció reaccionar y mirando a todos lados para cerciorarse de no haber sido vista, comenzó a cavar un profundo hoyo allí mismo, cerca del muro. Cuando el agujero fue lo suficientemente profundo, arrastró el cadáver del hombre hasta él. Lo cubrió con tierra, apresuradamente.
El escarabajo, desde su atalaya en la mata de hierba, lo observó todo con detalle. La mujer, como si nada hubiese ocurrido, se puso a la tarea de plantar patatas y tras unas horas de trabajo, el campo quedó completamente cubierto de surcos.
El lugar donde había enterrado el cadáver, después de terminada las labores de siembra, ya no era reconocible. Solamente el pequeño escarabajo, que había estado tan cerca del lugar del suceso, podía ubicarlo en el terreno. Aquello, lo sabía por instinto, era lo que los humanos llamaban un crimen. Desconocía qué había sucedido antes de aquel terrible suceso. Fuese lo que fuese, el final le parecía demasiado cruel.
A pesar de no sentir afecto alguno por los humanos, puesto que trataban de eliminar a los de su raza con todo tipo de venenos, cada vez más mortíferos, algo en él le decía que aquello iba contra toda regla establecida por la naturaleza. Él, como escarabajo responsable, no podía permitir que un crimen quedase impune. La dificultad, por los graves problemas de comunicación, residía en cómo dar a conocer lo sucedido a otros humanos.
Pasó muchas horas dando vueltas al asunto hasta que pareció encontrar una solución. Tenía que apresurarse o la tierra, hambrienta de abono, consumiría muy pronto aquel cuerpo que pronto empezaría a descomponerse en sus entrañas.
La libélula, posada sobre una joven planta de patata, se acercó al escarabajo. Ellas y los escarabajos, hijos de la misma estación, se entendían bastante bien a pesar de tener lenguajes algo diferentes. Después de los saludos de rigor, el pequeño escarabajo contó con pelos y señales lo sucedido. La libélula, por primera vez en su corta vida, tenía noticia de una cosa así. Se mostró asombrada y aterrorizada, mientras planeaba con singular maestría sobre las plantas que brotaban en las orillas del riachuelo.
El topo, recién salido de su largo túnel y con la boca aún repleta de tiernas raíces, se acercó al riachuelo para limpiar su piel llena de pegajoso barro. Refunfuñaba ––¡los topos siempre refunfuñan!––, mientras se limpiaba con mucho cuidado. La libélula, volando de hierba en hierba cerca de la corriente de agua, le vio. Deseosa de comunicar lo que el escarabajo le había contado, entabló conversación con él.
El topo, no mostró mucho asombro por lo oído, encogiéndose de hombros. Tenía mucho trabajo y los humanos no eran personajes que le cayesen particularmente simpáticos. En realidad trataban siempre de eliminarle, colocando trampas; taponando los respiraderos de sus galerías o echando veneno en ellas. A pesar de todo, después de unos momentos de reflexión, la gravedad de lo ocurrido pareció hacer mella en él. Se despidió de la libélula y continuó cavando más galerías.
La gallina, como era su costumbre, merodeaba por los campos cercanos al riachuelo en busca de gusanos, lombrices y hierbas tiernas. Tras ella, una hilera de ocho polluelos, cual bolas de peluche amarillo, la imitaban en su búsqueda de comida. Avanzó hasta la orilla y se paró al ver una gorda y rojiza lombriz de tierra que estaba saliendo a la superficie. En una décima de segundo, pasó a su buche. Los polluelos, queriendo imitarla, no dejaban de escarbar en la húmeda tierra, esperando tener la misma fortuna de su madre.
El topo, que había escuchado a la gallina, asomando su hocico por una de las muchas chimeneas de su largo túnel se acercó al riachuelo. Después de los saludos habituales, mostrando su admiración por las habilidades de los recién nacidos polluelos, contó a la gallina el trágico final de aquel hombre a manos de su mujer. Terminó su relato refunfuñando sobre los muchos túneles que aún tenía que horadar...
La gallina, mucho más cercana a los humanos, por una convivencia de miles de años, se sintió sorprendida y apenada por la tragedia. «¿Cómo era posible?», se preguntó. Sus apurados cacareos y agitado movimiento de plumas, indicaban bien a las claras su nerviosismo. Sentía un cierto cariño por los humanos, a pesar de conocer el triste destino que la esperaba en cualquier día de fiesta. Nunca había sido rencorosa; asumía con resignación su destino. Ella, como el topo, pensaba que aquel crimen no podía quedar impune. Volvió sobre sus pasos hasta el corral seguida de los polluelos que, ante la brevedad del paseo matinal, protestaban con su alborotado piar.
El perro, mezcla de pastor alemán y San Bernardo, se acercó a la gallina. Cada vez que ésta entraba en el corral, se saludaban como buenos vecinos y siervos de un mismo amo. Cada uno de ellos cumplía una misión: ella poniendo huevos e incubando pollada tras pollada; él, asumiendo la vigilancia de la casa, evitando que los muchos zorros que pululaban por el cercano bosque pudiesen penetrar en el corral. Ambos, a pesar de ciertas diferencias habidas en el pasado, se respetaban e incluso, en algunos momentos, charlaban amigablemente sobre sus domésticos problemas.
Una vez los polluelos entraron en el gallinero, la gallina se acercó al perro, con aire un tanto grave le contó la historia de aquel hombre que había sido asesinado en el campo cercano al riachuelo, no muy lejos de allí.
El can, sentado sobre sus cuartos traseros para escucharla mejor, subió y bajó sus largas orejas, mientras su rostro se tornaba triste y su hocico se humedecía. Algo había oído hablar de sucesos parecidos a otros colegas, pero, hasta hoy, nunca había creído que fuese posible semejante cosa. Él, como amigo del hombre, tenía que poner en conocimiento de sus amos semejante crimen, lo antes posible...
Ladrando, estrepitosamente, hasta conseguir que su amo saliese a la puerta de casa, emprendió una alocada carrera hasta el terreno que la gallina le había indicado.
Su amo dudó en seguirle, pero ante las repetidas idas y venidas del can, su evidente excitación y los continuos y lastimeros ladridos, terminó por ir tras él.
Lug, el perro, no lo dudó un instante. Una vez en el terreno, después de olfatear ligeramente la tierra, se puso a la tarea de excavar un profundo hoyo. Pronto, ante los asombrados ojos de su amo, apareció una mano pálida y ya roída en parte por los gusanos. Después, apareció el rostro con las cuencas de los ojos ya vacías.
El hombre, asombrado por lo encontrado, sujetó al nervioso can por el collar, y se dirigió al cuartelillo de la Guardia Civil para denunciar el terrible hallazgo.
El escarabajo, la libélula, el topo, la gallina y el perro, cada uno en un lugar de observación, pudieron ver como unos hombres terminaban de sacar el cadáver de la tierra.
Más tarde, cuando aún el cuerpo estaba sobre la tierra, envuelto en una especie de plástico plateado, unos guardias trajeron a una mujer que gritaba y gesticulaba. Uno de ellos, la acompañó hasta el lugar donde había estado enterrado el hombre, hablando con ella largamente.
El perro, sentado en el descansillo de la escalera que daba a la puerta de la cocina, pudo escuchar los comentarios de sus amos:
––Ya confesó el crimen. Por lo visto estaban discutiendo sobre la separación… Ella, se dejó llevar por la ira.
––Hace tiempo que discutían constantemente ––decía la mujer mientras miraba por la ventana.
––Sí... ––el hombre aún estaba pálido––, pero de eso a matarlo...
El perro se lo contó a la gallina. Ésta, por la mañana y acompañada de sus polluelos, se lo comunicó al topo en la orilla del riachuelo. Éste, atareado como siempre en abrir nuevas galerías, aprovechó un descanso para decírselo a la libélula. Ésta, volando entre las jóvenes y verdes ramas de patata, encontró al escarabajo atareado en poner sus huevos bajo las hojas y se lo contó también...
El escarabajo, agotado por la puesta, descansaba. Miraba hacia el lugar del crimen, donde la tierra aún estaba revuelta. En su fuero interno, lo único que deseaba era que este año se olvidasen de fumigar el campo donde todo aquello había ocurrido.
Ya en el corral, de regreso del habitual paseo con sus avispados polluelos, la gallina y el perro se saludan y comentan de nuevo el triste suceso, mientras los pequeños picotean insistentemente la tierra.
El topo, ocupado en horadar largos túneles, asoma su rosado hocico en la orilla del riachuelo…
La libélula, mensajera alada de la noticia, ha sido capturada por un mirlo que, en una de las ramas del viejo sauce, da buena cuenta de su presa…
La tarde está cayendo, mientras las campanas de la cercana iglesia doblan a muerto...


© 2009-Fernando J. M. Domínguez González








Canteiro21 de diciembre de 2009

1 Comentarios

  • Serge

    Canteiro:
    Me gustan mucho tus cuentos, tienes mucha imaginación y sabes manejar muy bien la pluma.
    Todos los secretos que un escarabajo guardará no quiero ni imaginarmelo.

    Saludos.

    Sergio.

    21/12/09 08:12

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