Divino monumento renacentista con belleza barroca. Me vuelas y me aterrizas como aliento de huracán que empieza en el infierno y termina en el paraíso, luego se dispersa, perdiéndose en una caja redonda de la cual la salida es un infinito cielo negro.
Eres agua y en la cama eres vino, dulce vino tinto que provoca en mi tentación y es esa tentación la que me da pavor y no me atrevo a probar por temor a caer inconsciente sobre tu lustre cuerpo de vidrio transparente.
En mi jaula de aluminio, el insomnio es una imagen, y esa imagen es tu rostro, separado de mi por una gran muralla de espinas que atraviesan todo mi ser hasta llegar al alma, pero que no me impiden llegar hacia ti.
Yo te abrazo todo el día desde el purgatorio hasta el paraíso; Tú podrías ser atea y no creer en mi omnipresencia que siempre presente está a tu lado.
Seguiré siendo la nube que te de agua cuando estés ardiendo, la que te vigile desde el cielo dejando que hagas lo que tu desees, pero sin perder de vista las huellas que marcadas dejas al caminar sobre la tierra, y que al hacerlo constantemente, la vuelves fértil.