Ella. Sigue llorando en su habitación. Alejada del mundo. Desconocida de este.
Aunque ya no quede nada que la retenga allí, no se levanta de esa silla. Se queda allí de noche y de día, murmurando sola. Llorando en un silencio desolador.
Se toca la cara, buscando en ella los trazos sí misma que ya parecen olvidados. Un dibujo meramente artificial, que la ridiculiza, la humilla, sin ausentarse ya.
La observo desde una ventana, justo enfrente de la suya. Ella nunca se gira para mirar, no sé si es consciente de que la estoy observando, casi sin pausa.
Ahora se toca el pelo. Cierra los ojos. Piensa.
Es como una pintura indescriptible, un enigma.
Y mira por la ventana, ve mi mirada fija en la suya.
Ojos demacrados, arrugas, marca de la sonrisa inexistente. Se ha perdido ya lo que formaba parte de ella.
Me clava la vista, no puedo mirar sus facciones, están destruidas bajo una capa de piel, oh.
Se levanta.
Se acerca al cristal, débilmente dada la grandeza de este, que llega a sus pies.
Y extrañamente, vuelve a mirarme. Habla con el rostro.
En segundos anónimos, cae en la profundidad. Y no se convierte en más que una sombra en el suelo.
Se ha perdido una vida. No, la suya, la suya ya estaba perdida.
Pero.
¿Qué le ocurre a la chica que miro?
Me ha sorprendido este pequeño relato, me ha parecido que encierra una gran reflexión, ¿cuanta gente anónima se queda en el camino?
Me gustó, igual que Democles, también te había leído anteriormente.
Saludos.