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El Impulso

Aquella noche, un momento antes de entrar en el portal me crucé con un hombre, no le había visto nunca, casi no le miré pero recuerdo que mientras subía las escaleras me tropecé pensando que se sentía culpable, y a continuación pensando que yo era idiota.

Nada mas entrar me acerqué a la ventana y lo busqué, seguía allí abajo, y volví a pensar que se sentía culpable, esta vez sin la menor duda, se sentía culpable, no sé por qué me repetía esto, se sentía culpable y daba vueltas por la calle, subiendo y bajando, yendo y viniendo, sin ningún rumbo fijo, cubierto completamente por la culpa.

Caminaba ajeno a todo lo que le rodeaba, de vez en cuando se paraba y apoyaba su mano sobre la rugosa piedra del muro, el cuerpo arqueado, su brazo estirado con la mano abierta por encima de su cabeza, su mirada fija en el suelo.
Mientras permanecía en esta posición su figura crecía y menguaba como una sombra y en esa intermitencia me pareció ver el miedo instalado en sus ojos, brillando sobre un rostro como de papel, brillando desde esos ojos que no sabía si permanecían abiertos o cerrados, no tuve la menor duda, se sentía culpable, no sabía por qué, pero para mí era una certeza mucho mas fuerte que cualquier intento por convertirla en razonable, fue entonces cuando apareció un coche y lo arrolló, no frenó, al contrario, aceleró y se perdió rápidamente al doblar la esquina, el hombre seguía allí tirado en medio del asfalto, bajé corriendo, casi jadeando, pero comencé a caminar lentamente según me iba acercando, mi primera impresión fue que estaba muerto pero cuando me incliné pude ver como su rostro se volvía hacia mí mientras me hablaba, no logré entender nada, después de unos momentos expiró, literalmente se murió en mis brazos, sus ojos muy abiertos insultando la luz.
Se los cerré y sin ningún motivo me abracé a él con fuerza, noté un bulto bajo su sobaco, era una pistola, y de nuevo guiado por un extraño impulso, que claramente hacía ya un buen rato se había apoderado de mí, la cogí, aún estaba tibia, me la guardé y lo dejé allí, muerto y desarmado sobre el oscuro asfalto, subí a casa otra vez corriendo, me asomé de nuevo a la ventana y esperé.
Esperé, durante algo más de una hora.

No sucedió nada, me parecía asombroso, pasaba algún coche pero después de frenar un poco al acercarse al cuerpo, continuaban.

¿Pero de qué me extrañaba, acaso no había hecho yo lo mismo?

Entonces recordé la pistola, me pareció suficiente para justificar ahora este estado de indolencia.




No podía imaginar entonces las consecuencias de aquel acto.

Desde aquella noche mi vida no volvió a ser la misma, no volví a aparecer por el trabajo, y no es que eso me preocupara, no me preocupaba casi nada, las cosas que antes ocupaban mi mente habían dejado de pronto de interesarme.

Y cosas que nunca hubiera creído que me iban a ocurrir, empezaron a sucederme.

Al cabo de tres días recibí una extraña llamada que me citaba en un lugar y a una hora determinada. Me quedó muy claro que o estaba allí o me esperaba un incierto y corto futuro, acaricié la pistola, la había dejado en mi bolsillo desde aquella noche, la llevaba a todas partes, la acariciaba a menudo, en los bares, en el supermercado, mientras iba caminando.

De algún modo me hacía olvidar todo lo que me rodeaba, conseguía que las cosas dejaran de ser claras, me procuraba una extraña desgana que me hacía dudar de todo lo que mis ojos veían, de todo lo que oía, y lo que era más importante, de todo lo que pensaba, seguramente por eso acudí a esa cita, y a las siguientes y a las siguientes, puntualmente, haciendo todo lo que se me pedía, sin resistirme, una vez y otra.

La primera orden la acepté casi mas por curiosidad que por miedo, era como tener de pronto una doble vida, una vida al margen de la ley, de las leyes.

Durante el tiempo que duró aquél primer trabajo no pensé demasiado en lo que estaba pasando ni en donde me estaba metiendo, se podría decir que me encontraba cómodo haciendo lo que se me había pedido, entrar en un garaje público, un sórdido garaje público mas bien, donde un coche blanco me esperaba y del que salió un solo hombre, aunque podía distinguir las siluetas de otros dos dentro, se acercó a mí despacio.

Antes de abrir la puerta y sentarse a mi lado, echó una rápida mirada a la derecha y a la izquierda, era un hombre gordo, me entregó un paquete del tamaño de una caja de zapatos y un sobre que contenía las instrucciones, sólo habló para decirme que me deshiciera del sobre y de su contenido en cuanto lo hubiera leído y que memorizara la dirección y la hora, después se bajó y se volvió a meter en el coche blanco que hizo un extraño chirrido antes de desaparecer, me quedé allí, con la caja sobre las rodillas, sin atreverme a abrirla y sin sentir nada que se pareciese a lo que había sentido durante toda mi vida, sí, ese miedo a dejarme llevar por el primer impulso que me asaltara, ese miedo que había desaparecido aquella noche, aquella noche de hace sólo tres días, tres días y ya me había vuelto perezoso, tal vez por eso, no me preguntaba nada sobre lo que estaba haciendo.



No abrí la caja hasta que me encontré sentado en la cama, y eso después de beber algo y encender un cigarro, saqué aquél sobre blanco que la acompañaba, en él estaba escrita una dirección y una fecha con la hora exacta a la que debía entregar aquello, entregar no era la palabra, debía dejarlo en aquella casa, debajo de la escalera, en un hueco que había en la pared y que resultaba bastante inaccesible, después debía largarme sin demora.

Y eso hice.

Mientras volvía me metí una mano en el bolsillo y encontré la pistola, conduje todo el tiempo así, sólo sacaba la mano para cambiar de marcha y la volvía a esconder en aquel bolsillo donde tocarla me proporcionaba una sensación, no de seguridad, sino de estar acompañado, o al menos no solo, nunca había imaginado que un arma me pudiera ofrecer eso.

Todo esto unido al indudable convencimiento de que estaba haciendo lo que tenía que hacer me hacía sentir bien, sí, lo cierto es que me sentía bien.

A veces llegué a preguntarme si no estaría engañándome, pero aquella pistola era la prueba incuestionable de que lo que estaba ocurriendo era real, mucho mas real que todo lo que por aquel entonces me había sucedido, aunque a veces me pareciera el recuerdo de algo ya olvidado y que de pronto se había hecho materia, aunque fuera esta sórdida materia de la que estaba construida el arma, también eso formaba parte del juego, nunca antes me había paseado por ahí con una pistola, nunca había tenido un arma ni había sentido el deseo de hacerlo, siempre había tenido muy claro para qué habían sido hechas, era evidente que el único fin de aquella pequeña maquinaria era matar, siempre había pensado eso y a decir verdad seguía pensando igual, ¿qué había cambiado entonces?, ¿por qué razón, ahora, ese arma en mis manos no me resultaba nada desagradable?, al contrario, esa maquinita hecha para matar me hacía sentir vivo, no pude seguir pensando mucho mas sobre aquello porque antes de lo que era de esperar, y lo cierto es que no esperaba nada en concreto, sonó el teléfono y una voz me decía desde el auricular que todo había ido bien y a continuación me citaba de nuevo para el día siguiente, yo no abrí la boca hasta que escuché claramente como decía, ¿entendido?, e instantáneamente contesté que sí.

Al día siguiente me levanté sabiendo lo que tenía que hacer, eran las diez de la mañana y ya estaba listo a pesar de que la cita esta vez era a la dos del mediodía.

Las instrucciones en esta ocasión habían sido más precisas, sabía quien era el hombre que me iba a esperar en un restaurante del centro, el mismo que la otra vez me dio el paquete, debía sentarme en su mesa y comer con él mientras me precisaba los detalles.


Cuando llegué al restaurante, aquél hombre gordo ya estaba allí, lo que no esperaba es que estuviese acompañado, una mujer compartía su mesa mientras hablaban, me senté esperando que me miraran pero ninguno de los dos levantó la vista, continuaron como si yo no estuviera allí o mas bien como si ya estuviera allí mucho antes de llegar.

Al acercarse el camarero me miraron con normalidad y los tres extendimos las manos para coger una carta enorme que pasó bajo nuestros ojos hasta que llegó a las de él, la leyó con detenimiento y escogió, escogió lo que íbamos a comer y lo que íbamos a beber, y cuando finalmente dándonos las gracias el camarero se marchó con su pedido, la mujer me preguntó a bocajarro si me parecía hermosa, le contesté que sí, no me resultó difícil, la verdad es que era hermosa.

Antes de que termináramos el café ya sabía todo lo que tenía que saber sobre lo que se esperaba de mi, en esa ocasión la mujer me acompañaría, todo el asunto sonaba mas complejo y extraño que el primer encargo, por lo visto, teníamos que hacernos pasar por un matrimonio y hospedarnos en un hotel donde también se encontraría el que ellos no dejaban de llamar “cliente”, aunque yo sentía que “víctima” hubiera sido una expresión mas acertada, de cualquier modo, la compañía de la mujer me tranquilizaba, no se por qué, pero me tranquilizaba.

Salimos juntos y nos despedimos en la puerta, él me dio la mano con fuerza y ella se abrazó a mi cuello y me dio dos besos que me dejaron sorprendido.

No la volví a ver hasta el día acordado, en el lugar acordado, a la hora acordada y los dos nos comportamos tal y como habíamos acordado.

Ella arrastraba una maleta muy parecida a la mía, nos encontrábamos en el aeropuerto, salimos y tomamos un taxi hasta el hotel, por el camino se comportó de un modo tan cariñoso conmigo que olvidé lo que me había llevado allí e incluso por primera vez no eché de menos la pistola en mi bolsillo.

Ya en la habitación y mientras me duchaba pude oírla mientras hacía algunas llamadas de teléfono, al salir le pregunté si había algún problema, me contestó que ninguno y desapareció en el baño tan lleno de vaho aún que parecía una sauna.

No nos quedamos a cenar en el hotel, nos dirigimos a las afueras de la ciudad, allí en un pequeño y cálido restaurante nos esperaba el grandullón de siempre, nos sentamos con él al tiempo que se levantaba haciéndonos una extraña, casi ridícula por discreta, reverencia.

No se habló de otra cosa que no fuera el tiempo, la conversación no se alejaba nunca de un montón de lugares comunes para finalmente acabar alabando la comida, el servicio e incluso el pequeño local en el que nos encontrábamos.


Al terminar, mientras el hombretón pagaba nos decía que nos invitaba a una última copa en otro sitio, salimos y nos dirigimos a pie hablando y riendo como si nos conociéramos desde siempre, ella cogida de mi brazo, hasta llegar a la puerta de aquel bar y allí sí, mientras bebíamos comenzó a hablar de lo que ahora llamaba “plan”, el “plan” se ha adelantado, se debe hacer en esta madrugada, mañana a primera hora os marchareis con tiempo suficiente para que cuando se descubra todo ya os encontréis en casa, lejos.

Cuando salimos de allí nos esperaba un taxi, el hombre gordo nos abrió la puerta amablemente y el taxista arrancó. lo único que para mi había quedado claro de aquel dichoso “plan” era que nos obligaba a mantenernos despiertos toda la noche y a las cinco y media de la mañana actuar, para a continuación y dando por supuesto que todo iría bien, dejar el hotel a las siete, el avión despegaba a las ocho quince, aunque nunca llegamos a coger ningún avión, habíamos recorrido sólo un par de manzanas cuando ella pidió que parara, nos bajamos y continuamos a pie hasta que oímos detrás nuestra un claxon que sonó un par de veces, nos volvimos, se abrió una puerta, el conductor hizo un gesto para que subiéramos, ella no parecía sorprendida, nos llevó de nuevo al hotel donde cogimos las maletas sin decir ni una palabra, bajamos en el ascensor, en silencio, y volvimos a meternos en aquél coche.

Tal vez había bebido demasiado en la cena porque a pesar de todo me quedé dormido al instante y no desperté hasta que llegamos a nuestro nuevo destino, otro hotel bastante mas lujoso, el conductor del vehículo nos deseó suerte y se marchó, por lo visto hoy todo el mundo nos deseaba suerte, pensé que tal vez íbamos a necesitarla, por primera vez me sentí un poco preocupado mientras nos inscribíamos con la documentación falsa que ella sacó de su bolso y entregó al conserje.

Por fin en la habitación me tumbé sobre la cama y entré en una especie de duermevela febril donde se mezclaban hechos reales con otros que olvidaba inmediatamente, no sé lo que ocurrió hasta que sentí la puerta de la habitación cerrándose, ella acababa de salir, miré el reloj y me sorprendió ver que eran las tres de la madrugada, decidí darme una ducha para despejarme, era incapaz de pensar.

No habían pasado ni diez minutos cuando entró de nuevo en la habitación con dos armas que dejó sobre la cama, se quitó la bata que llevaba puesta y así desnuda comprobó que los cargadores estuvieran llenos, les puso el seguro y me lanzó una de ellas que yo agarré con las dos manos casi de milagro.

A las cinco y media exactamente salimos de la habitación, cogimos el ascensor y subimos cinco plantas, buscamos la habitación 703, quedaba muy cerca del vestíbulo donde se encontraban los ascensores, me dijo que esperara allí, que si llegaba alguien no dudara en entrar y sin más empujó aquella puerta que extrañamente estaba abierta,

no tardó mas de diez o quince minutos en salir sin que se hubiera oído el menor ruido, volvimos a coger el ascensor, que no se había movido del piso y bajamos hasta el quinto, allí continuamos bajando por la escalera hasta entrar en nuestra habitación, me pidió la pistola mientras me decía que ya no me iba a hacer falta, la guardó con sus cosas, en su maleta, junto a unos papeles y unas fotos que sacó con cuidado de uno de sus bolsillos y que metió dentro de un libro que envolvió entre su ropa, cuando la cerró se sentó junto a mí y me besó en la boca, fue un beso largo, tan largo que me impidió comenzar a pensar en lo que había pasado, permitiéndome olvidar lo que no sabía, lo que no había visto y que fuera lo que fuera, me hacía sentir como si lo hubiese hecho yo.

Salimos de allí y no volví a verla más, me dijo que no era necesario tomar ningún avión, que todo había ido perfectamente y que ahora debería volver a mi casa, parecer tranquilo y esperar, que estaba segura que nos volveríamos a ver, pero tuve la sensación de que no iba a ser así y presa de un nuevo impulso la besé, me apartó con menos amabilidad de la que hasta entonces me había demostrado y la vi marcharse mientras una fina lluvia comenzaba a caer.

Volví a casa y no tuve que esperar mucho antes de que volviera a recibir aquellas llamadas, todo continuó así durante varios meses, cada semana y a veces dos veces por semana recibía una llamada que me citaba y fuera donde fuera allí estaba yo, pero nunca ella, siempre esperaba que apareciera pero nunca volví a verla.

Pasó una semana entera sin sonar el teléfono, ya era domingo y he de reconocer que estaba algo inquieto, que miraba una y otra vez aquél aparato e incluso a veces comprobaba si estaba bien colgado o escuchaba otra vez el contestador por si había algún mensaje que se me hubiera pasado, creo que en realidad la seguía esperando a ella, de todo lo que me había ocurrido desde aquél lejano día sólo a ella la conseguía recordar nítidamente, sólo ella parecía haber tenido sentido en medio de aquél caos en que se convirtió mi vida, sólo ella flotaba sobre aquél impulso en que me parecía haberme convertido, ese impulso que me había empujado y me había hecho sentir extrañamente libre, obediente y libre.

Cuando ya estaba haciéndome a la idea de que todo se había acabado, me encontré con la mano en el bolsillo acariciando de nuevo aquella pistola y comencé a sentir el vacío que se estaba formando ante mí y en el que irremediablemente caería, el timbre del teléfono tensó mi cuerpo, descolgué sin prisas, me senté a escuchar las nuevas instrucciones y sin saber por qué esta vez cuando la voz dijo, ¿de acuerdo?, contesté que no.

Oí como colgaban al otro lado y me estiré casi satisfecho.



Sin saber por qué me sentí bien, empecé a hacer planes, planes en los que siempre aparecía ella, ella que era la única cosa capaz de llenar el vacío en el que había caído,
empezaba a desesperarme pero justo un momento antes de que ocurriera llamaron a la puerta, me levanté despacio y sin ni siquiera mirar o preguntar quién era abrí, bruscamente entraron dos hombres, me empujaron mientras cerraban y uno de ellos comenzó a golpearme brutalmente, desde aquel momento todo fue confuso hasta llegar a convertirse en algo que no dejó recuerdo.

Cuando me despertó el teléfono estaba dormido, noté que me dolía todo, descolgué y oí la voz de siempre que repetía de un modo maquinal lo mismo de antes, no mencionó nada de lo que acababa de ocurrirme, le dije que me encontraba mal y la voz contestó con ironía, ya imagino, ya imagino, pero no importa, esta vez lo harás, ¿entiendes?, y como pude contesté que sí, me di un baño donde volví a quedarme dormido, el cigarro que había encendido en la bañera flotaba alrededor de mi cuerpo, el agua estaba fría, salí justo a tiempo para llegar al lugar donde había quedado y sentarme a esperar, era un cine, me quedé mirando fijamente la pantalla y volví a olvidarme del mundo hasta que alguien se sentó a mi lado con una enorme bolsa de palomitas que colocó entre sus piernas, permaneció allí unos minutos, me entregó la bolsa y se marchó discretamente, me dirigí al baño y me encerré en un servicio, miré la bolsa y encontré bajo las palomitas un sobre marrón.

Me fui antes de que se iluminara la sala, con el sobre en un bolsillo y la pistola en el otro, no me animé a acariciar ninguna de las dos cosas.

Al llegar a casa toqué la pistola sin sacarla y abrí el sobre, contenía una hoja y una fotografía, leí aquel papel en el que tan sólo decía, éste es el hombre, ¿entiendes?.

Antes de mirar la foto ya sabía que me iba a encontrar conmigo mismo, era una imagen reciente, me miré fijamente y tuve la sensación de estar viendo a un extraño, recordé la lejana noche del accidente, recordé a aquél hombre, y un último impulso se apoderó de mí, coloqué la foto en la pared, saqué la pistola del bolsillo, comprobé que estaba cargada y quité el seguro, acto seguido apunté al centro de aquel rostro y disparé, me dejé caer de espaldas sobre la cama, sin hacer ruido, sin sangrar, pero aun así, entre los jadeos de mi respiración entrecortada, tuve la sensación de que estaba definitivamente muerto.



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Cecilio04 de noviembre de 2013

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