Porque entre lágrimas y tragos de alcohol el amor no se desvanece, éste queda impregnado en el corazón, forma parte de él, lo nutre y lo despedaza al mismo tiempo. El dolor del desamor, la nostalgia, el sinsabor de soñar con un beso que nunca existió después del adiós, todo aquello forma parte de las añoranzas del alma entristecida, añoranzas que viven en el fondo de nuestro ser y que a través de la memoria nos torturan, y a veces, también nos alegran.
No hay peor castigo para el alma, que exiliar nuestras memorias al olvido, pues en las frías tumbas de la indiferencia no muere el amor, tan sólo se entierran las alegrías provocadas por la mirada tierna y el cálido beso, se desvanecen las noches de pasión y el desvelo provocado por el suspiro eterno que nos invoca la imagen seductora de un hermoso cuerpo desnudo al anochecer. Cuantos han querido matar al amor cuando éste les da la espalda, cuantos han llorado en soledad cuando la ausencia los invade, ¿Acaso no han sentido el amor en soledad? ¿Acaso no saben que las personas que amas, a veces se van? Sin embargo, lo que permanece, lo que nunca se va es la tierna huella que el amor imprime sobre nuestro ser. Ese dulce tormento llamado amor vive dentro de nosotros, pero también llora la soledad, también extraña las caricias de unas manos traviesas bajo las sabanas y el roce de nuestros labios sobre los suaves pechos de una figura angelicalmente endemoniada.
Entre lágrimas el dolor se desvanece, pero el amor jamás. Aunque nos abandone el perfume, el sudor, la risa, el cariño y la pasión, es el amor la dulce gota de lluvia que nos da vida y éste puede ser nuestro verdugo ó nuestra salvación, todo es cuestión de aprender a saborear las dulces mieles de la pasión que han tocado nuestros labios y nuestro espíritu. Porque en las noches de soledad, la única alegría que puede salvarnos de la locura es la suave caricia del amor que vive en nuestro interior, aunque éste tenga el rostro de una figura proveniente del olvido.
