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Adios Trina

(Parte 1)

- Entonces es cierto —Apareció ella en la puerta mientras yo empacaba. Cruzó los brazos como si tuviera la firme decisión de detenerme.

- Así es —Respondí sin mirarle— Me voy.

- ¿Y por qué razón?

- Pues… Yo soy de las personas que piensan que, si se quedan en un mismo lugar por mucho tiempo, se estancarán. No sé si podrás comprenderme.

- No, no lo comprendo. ¿Esa es tu verdadera razón?



Busqué sus ojos, pero ella había desviado la mirada. Era evidente que intentaba ocultar su rostro de mí. Aún conservaba la inocencia que tenía cuando la conocí.



- ¿Tú crees que tengo otra razón? —Le pregunté, a lo cual ella reaccionó levemente. Parecía dudar en cuanto a si responder o no, pero finalmente lo hizo.

- Es por mí…

- ¿Por qué crees eso?

- La gente del pueblo habla de nosotros. Dicen que te has aprovechado de mí. Y tú no quieres que tu imagen se arruine…

- Estás en lo cierto —Le dije, al tiempo que dejaba de poner cosas en mi maleta y me sentaba a un lado de la cama— Pero también te equivocas.

- ¿Qué? —Ella parecía sorprendida. Di unos golpecitos sobre el colchón para indicarle que se sentara a mi lado. Ella no rechazó la invitación.

- Verás, no me importa mi imagen; no me importa lo que digan en el pueblo. Pero sí, me voy por ti.

- ¿Entonces es por mis acosos? —Dijo sobresaltada. Yo no pude hacer otra cosa más que reír— ¡Oye!

- Lo siento. Pero tampoco es precisamente por eso.

- ¿Entonces por qué? ¡Dímelo de una vez y deja de perder el tiempo!



Suspiré. Sabía lo que tenía que decirle, pero no era tan fácil como simplemente decirlo. Talvez era lo más difícil que había hecho hasta entonces.



- Comenzaré desde el principio. ¿Podrías decirme por qué te enamoraste de mí?

- Bueno… ¿Recuerdas aquél peluche de la juguetería? Yo lo quería, pero no podía comprarlo, y mi madre tampoco. Pero tú lo compraste para mí. Cuando me lo diste, pusiste tu mano en mi cabeza y dijiste que no habías visto una sonrisa más bonita que la mía. Supongo que fue desde ese momento…

- ¡Vaya! Eso fue hace más de tres años, pero lo recuerdas muy bien. Bueno, vamos por buen camino. ¿Qué paso luego?

- Supongo que te interesaste en mí —Continuó ella— En mí y en el por qué mi madre no podía comprarme ni siquiera un peluche. Al ver nuestra pobreza…



Su voz hizo una pausa. Oprimía sus puños contra sus rodillas mientras los veía fijamente. Cerró con fuerza sus ojos y unas lágrimas comenzaron a caer. Le ofrecí un pañuelo, el cual ella aceptó. Luego de limpiar su rostro pudo continuar.



- Al ver nuestra situación, decidiste ayudarnos sin siquiera conocernos. Fuiste muy bueno con nosotras, muy atento conmigo. Y esa actitud que mostraste hacia mí, fue la que hizo que confirmara mis sentimientos hacia ti. Querías hacerme feliz…

- Es exactamente así. Y justo ahora es igual que en ese entonces.

- ¿Eh? —Se le dibujó una gran extrañeza en la cara. Ya sabía yo que no podría interpretar esas palabras, así que proseguí.

- Trina, tienes doce años —Yo ya estaba cerca de pisar los treinta— Sé, y créeme que lo sé, que para el amor no hay edad. Y no dudo que lo que sientes por mí sea amor de verdad. Debo admitir, que al principio pensé, que serías como la mayoría de las niñas que se ilusionan alguna vez con alguien mayor, y que pronto se les pasa. Pero me has demostrado que no es así, que eres diferente a las demás. Eres admirablemente inteligente y persistente en lo que deseas. ¡Que si lo sabré yo! Pero tienes un defecto. ¿Sabes cuál es?

- ¿Un defecto? ¿Cuál?

- Eres una cabeza dura. Te dije ya muchas veces que yo no puedo corresponderte. Por eso he sido igual de cabeza dura que tú, por decírtelo tantas veces, sabiendo que no se puede dejar de amar a alguien solo con decirlo. Por eso hoy dejo las palabras y tomo acciones. No quiero que sigas sufriendo por mí, por tal razón debo alejarme, para que me olvides. ¿Y quién sabe? Talvez aparezca otra persona especial en tu vida. No me voy porque me acoses, porque te odie o porque no te quiera. Claro que te quiero, pero como un padre quiere a su hija, no de otra forma. Tienes toda tu vida por delante. Por eso mismo, y porque te quiero, debo apartarme de tu camino para que vivas tu vida libremente, para que seas feliz.



Trina guardó silencio. Parecía meditar profundamente sobre mis palabras, mientras que yo esperaba su respuesta. Por momentos fijaba su vista en el vacío, y sus ojos comenzaban a humedecerse. Parpadeaba rápidamente para evitar que sus lágrimas cayeran otra vez, luego miraba hacia otro punto de la nada. Un segundo parecía sonreírme, al siguiente parecía estar enfadada. De ninguna manera podía predecir lo que pasaba por su cabeza con exactitud. Luego de varios minutos en silencio, ella se dejó caer sobre mi pecho. Con voz temblorosa me dijo:



- Voy a extrañarte…



Abracé su pequeño cuerpo y, con una voz similar a la de ella, le respondí:



- Y yo a ti…



Temprano, en la mañana del siguiente día, Trina, su madre y yo nos encontrábamos en la estación de trenes. La señora mostró su gratitud hacia mí con una canasta de bollos caseros. No hay en el mundo otros bollos como esos.



Al parecer mi tren tuvo complicaciones en la estación anterior, así que hubo un retraso. Aproveché ese momento, para hablar un poco más con Trina, sobre su futuro y demás cosas. Su madre no dejaba de agradecerme. Decía que yo había sido su ángel guardián, que las había rescatado de su miseria y abandono. Era una buena mujer, pero en mi opinión, creo que exageraba un poco.



- ¿Y volveré a verte? —Preguntó Trina. Justo en ese momento, mi tren estaba a punto de salir. Me puse de pie y les di un último abrazo a ambas, me puse el abrigo y cogí mi maleta.

- Muy probablemente no… —Respondí a la pregunta anterior. No fui capaz de girarme para ver el rostro de la niña. No quería verla llorar más.



Con pies presurosos, me dirigí hacia el tren, que partió pocos segundos después de haberlo abordado. Tuve que mentirle. Si no, ella no podría seguir su vida. Se quedaría esperando por mí. Fue por su bienestar, por su felicidad.



Claro que volveré a este lugar para verte, para ver cuán feliz has llegado a ser, pero por el momento, adiós Trina…
Chrisgarcia10 de junio de 2013

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