No sabía escribir
a duras penas leer,
mas le gustaba vivir
y de la vida aprender.
Sin tiempo de descansar
un día tras otro en devenir
de un futuro a llegar
se alimentaba de sentir.
Habiendo aprendido a no anhelar
celebraba bautizo y entierro por igual:
recién nacido, un siglo para andar;
el fallecido, descanso del rito pascual.
Con júbilo al jilguero oía trinar
que con tristeza por injusto encierro
gritaba que quería volar
lejos de la compañía de un perro.
Las horas pasaban solas
entre risas que atravesaban
negras tormentas y grandes olas
que con dulzor y ternura amainaban.
Sentía con rabia el odio
odiaba con fuerza la venganza,
y de hallarlos...su ángel custodio
llenábale de valor y confianza.
Disfrutaba la brisa en su rostro,
el grillo nocturno en noche de estío
y aún ahora con pena me postro
ante su humildad e inagotable brío.
Gustábale la buena mesa:
la de puchero, verdura y buen embutido
todo aderazado con vino sin sorpresa,
pues sorpresa en el yantar hace ruido.
No busquéis en libros sus buenas o malas obras
ni hagáis entelequias de sus victorias o derrotas,
pues serán los deseos y ambiciones de otras
de las que andéis tomando entonces notas.
Su alegría era la de su crianza,
la de su querida familia
y su amada costilla de danza,
mostrado así a todos en esta concilia
su gran cintura y enorme templanza.
