Aquella noche la luna parecía agarrar el cielo con cada una de sus estrellas, brillando con un tono especial, mientras que el mar al fondo, les cantaba susurros que la luna, muda, no podía cantar. Ellos encima de una duna, jugaban a soñar que se encontraban en un desierto cernido de oro, siendo reyes de aquel sueño, el, incluso pensó en bajarle una estrella para que viera que nada podía brillar más que su mirada al verla, toda la noche estuvieron juntos en aquel sueño, y justo cuando ya estaba amaneciendo y la luna ya cansada no podía aguantar mas el peso del cielo, cuando las estrellas ya habían desaparecido y el mar ya no susurraba si no que chillaba!, ellos se quedaron mirándose y el tiempo se paro, yo no existía la luna, ni el mar ni la noche, encontraron la vida en los ojos de la otra persona y profundizaron en ella hasta encontrarse a sí mismos y en ese instante, el se abalanzo sobre ella y dejándola tumbada sobre la arena, le dio un beso que tenía su nombre, tierno y fuerte a la vez, guardado celosamente solo para ella.

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