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Las Tres Abejitas.

Las Tres Abejitas..

Un día cayó en mis manos –casi por casualidad- un libro que trataba del fascinante mundo de las abejas. Me atrajo desde el principio por su lenguaje sencillo y popular. La pretensión del trabajo de este autor no era otro que el de “abrir al profano una amplia ventana a los enamorados de la naturaleza a fin de que contemplen, a través de ella, el traqueteo, ir y venir de las abejas”, según sus palabras. He aprendido muchas cosas sobre ellas. Las conocía como fabricantes de miel, y ¡cómo no! sus famosas picaduras, pero aparte de esto, sinceramente desconocía todo lo misterioso y enigmático de su mundo. Ha merecido la pena. De esta lectura ha salido este pequeño y humilde cuento-relato que hacía tiempo me rondaba la cabeza. No abordo –ni quiero- el tema en profundidad –para ello se necesitaría un extenso conocimiento sobre la materia-, incluso puede parecer que lo caricaturizo, pero no, es esta tentación mía casi maniática de querer humanizar a los animales.
Este cuento está dedicado a los millones y millones de abejas de todo el planeta y por supuesto a todas las personas que quieran acercarse a su mundo.


Había una vez, una pequeña colmena construida dentro del hueco de un árbol, al abrigo de las inclemencias del tiempo. En ella vivían en paz y armonía, una joven reina; aún soltera, muchas abejas llamadas obreras que trabajaban constantemente para el bien de la comunidad y algunos zánganos que aunque no trabajaban, sí tenían una tarea, la única; hacer mamás a las reinas solteras durante la “Gran Cita Nupcial”.
La joven Reina era una abeja esbelta y elegante. Sus antenitas las adornaba con granitos de polen que sus hermanas le traían de unas flores de tilo que se encontraban cerca del riachuelo. Se llamaba Bea y últimamente andaba muy ocupada.
La primavera ya había llegado y en las horas cercanas al mediodía miraba al cielo constantemente esperando un día de sol para salir con ánimo alegre y desenvuelto a buscar marido con quien tener descendencia, una labor muy necesaria para que la colonia de abejas no se extinguiera.
Por fin, ese día llegó y Bea y otras reinas de otras colmenas se reunieron en el punto de encuentro. Había tal alboroto que los zumbidos se escuchaban a unos cuantos kilómetros de allí. Habían venido galantes y robustos zánganos de los cuatro puntos cardinales -hay que decir que las reinas no tienen relación con zánganos de su misma colmena, la sangre debe renovarse para que la colmena cada día sea más grande y resistente-.
Bea estaba radiante. No paraba de coquetear. Se sentía el centro de todas las miradas. Se le acercaron numerosos zánganos, todos dispuestos a bailar con ella y a ser posible convertirla en mamá. ¡Flirteó con no pocos candidatos!
_ Ha sido un éxito –pensaba Bea-, mientras sus admiradores caían al suelo -más bien muertos- después de tanto esfuerzo.
También ella estaba exhausta, sus alitas ya no podían más. Tenía ganas de llegar a la colmena de nuevo, comer algo y descansar.
Sus numerosas hermanas estaban esperándola para que les contara cómo le habían ido las citas; la vieron venir tan contenta que les faltó tiempo para acosarla a preguntas…
_ ¿A cuántos admiradores has conocido?
_ ¿Con cuántos has bailado?
_ Chicas, no os podéis imaginar qué espectáculo. ¡Cuántos hermosos pretendientes! Voy a tener una prole tan numerosa que tenemos asegurada la supervivencia de la colonia mientras yo viva –les contaba Bea, mientras se despojaba de las bolitas de polen prendidas en sus antenas.
_ ¡Viva! ¡Viva!, -gritaban todas al unísono con grandes vítores de júbilo.
Bea ya había conseguido lo que más deseaba y para lo que la habían estado preparando durante toda su vida. Ser madre. Ahora le quedaba la gran labor de ir colocando a sus futuros bebés uno a uno en las diferentes celditas hexagonales que componían el panal. Lo hacía con tanto cariño que las otras abejas no paraban de comentar lo feliz que se veía a la reina.
Al estar siempre tan ocupada, mamá-reina no podía dar de comer a sus bebés, por eso, de esta labor se cuidaban constantemente abejas nodrizas que alimentaban a los huevos con esmero, dándoles jalea real los primeros días, y después el rico pan de abeja; una mezcla de miel y polen. Las nodrizas también cuidaban de mantener la temperatura ideal en los nidos.
En pocos días, aquellas diminutas criaturas depositadas por la reina en las cientos de celdas, se convertían en simpáticas abejas, que si bien al principio y al salir de sus cunitas andaban vacilantes y un poco despistadas no tardaban en orientarse y ponerse manos a la obra con gran gracia y entusiasmo.
Así les pasó a las tres abejitas de nuestro cuento. Se llamaban Fina, Gina y Tina.
La primera tarea que se les encomendó a las recién nacidas fue la de limpiar las casitas donde habían estado durante tres semanas. Éstas debían quedar a punto para que la reina-madre pudiera poner nuevos huevos dentro de ellas.
Fina, Gina y Tina estaban alegres, y no paraban de jugar mientras limpiaban. Pero, de pronto pasó algo… Como armaban un poquito de alboroto, una abeja algo mayor que ellas, llamada Soldi y cuyo cometido era el de defender la colmena de los intrusos, llegó volando hasta donde las crías y no os podéis imaginar cómo las puso…, que si eran unas maleducadas, que si no dejaban descansar a la reina, que qué ruido, ¡claro!, así los zánganos no podían dormir, que si las iba a castigar… A todo esto, y dado el escándalo que ahora tenía armado la tal Soldi, poco a poco fueron llegando más abejas, y más zánganos y más zánganos y más abejas… ¡bueno!, la que se había organizado por unas simples risas. Ya el calor era asfixiante, tal era el número de curiosas y curiosos que se habían ido agolpando alrededor de nuestras protagonistas.
Las tres abejitas se miraban la una a la otra. La sargento no las dejaba hablar y ellas no sabían qué decir.
_ ¿En qué lío nos hemos metido? –pensaban las tres.
De repente y como salida por arte de magia, mamá-reina hizo acto de presencia, dejando para otro momento la siesta.
_ ¿Se puede saber qué está pasando aquí? –preguntó con aire algo inquisitivo.
_ Perdona reina, pero estas insolen…
Soldi fue interrumpida inesperadamente por la reina, con una pregunta que iba dirigida a las asustadas abejitas.
_ ¿Sois Fina, Gina y Tina?
_ Sí, mamá, ¡oh! perdón…, Reina –contestaron las tres al unísono.
_ Podéis llamarme mamá, además de reina, también soy vuestra madre –dijo sonriendo Bea.
_ ¿Sabéis por qué está tan enfadada Soldi?
_ Estábamos limpiando como nos habían di…
_ ¡No estabais limpiando, más bien estabais jugando y armando ruí…! -gritó la abeja soldado interrumpiendo a las pequeñas.
_ Por favor Soldi, deja que hablen. –le interrumpió a su vez la reina.
_ Seguid, estabais limpiando y…
_ Sí, bueno…, también jugábamos – contestó Gina tímidamente.
_ Y es verdad que nos reíamos. Nos lo estábamos pasando muy bien –habló esta vez Tina.
_ Nos sentíamos tan felices de ver por fin la luz del día, que no pensamos en ningún momento que pudiéramos molestar a nadie –dijo Fina, esta vez dirigiéndose a todos los allí reunidos.
_ Pedimos perdón a todos –contestaron ahora las tres.
Bea no pudo evitar que dos lágrimas corrieran mejillas abajo al oír a sus hijas. No sólo eran educadas, sino que además eran nobles y con capacidad de admitir lo que habían hecho ¡todo esto siendo todavía casi bebés!
Toda la colonia allí reunida, aplaudió a las tres Inas -con este cariñoso apelativo se las iba a conocer de ahora en adelante.
Soldi, aunque de carácter huraño por naturaleza, no tuvo más remedio que claudicar ante tanta humildad.
Bea, la reina-madre, impuso algo totalmente innovador. Como norma a seguir a partir de aquel día, todos los integrantes de la colmena que quisieran y siempre después de haber hecho las tareas asignadas, podrían dedicar un tiempo a jugar y a divertirse. ¡Viva la Reina! ¡Viva la Reina!, gritaban todos los miembros de la colmena.
Todo volvió a la normalidad y una vez estuvieron limpias las celditas, donde las tres Inas habían nacido, mamá-reina puso en ellas, otros huevos que nacerían unas semanas después. Las jornadas de trabajo eran intensísimas en toda la colonia, sobre todo en primavera y verano. Después, en otoño e invierno, el trabajo era menos duro. Todos los miembros sabían lo que debían hacer. Habían nacido, se podría decir con las instrucciones debajo de las alitas.
La nueva tarea para las tres abejitas era la de aprender a ser nodrizas. Debían dar de comer a sus hermanas más pequeñas, así de esta forma ayudaban a la madre, a la que por otra parte, también debían cuidar, limpiar y mimar, además de suministrarle el único alimento que tomaba durante toda su vida; la jalea real.
Después, una vez habían terminado este ciclo de aprendizaje, venía otro, tal vez el más emocionante para nuestras amiguitas; es decir salir de casa por primera vez. Primero los paseos eran cortos, a poca distancia de donde vivían. Debían tener mucha precaución; los peligros acechaban por todas partes. Poco a poco estos vuelos se hacían cada vez más largos, y así hasta que su sentido de la orientación estaba lo suficientemente desarrollado. Pero todavía debían aprender algunas cosas más y esperar unos días hasta salir a campo abierto como sus hermanas más mayores.
Ahora les tocaba aprender a fabricar miel y a trabajar la cera, construyendo panales. A las tres todo les parecía divertido, disfrutaban con todas las tareas que les asignaban, bueno…, en realidad no con todas. Limpiar el interior de la colmena, les parecía bastante fastidioso. Tenían que meterse hasta bien el fondo de las celdas y arrastrar con sus mandíbulas todo lo inservible al exterior. Acababan agotadas. Después de jornadas así, no tenían ni ganas de ir a jugar. Sólo les apetecía comer algo e ir a dormir. Gordi, un zángano amigo de Fina, Gina y Tina, había ido a buscarlas para después jugar un rato, pero éstas le dijeron que lo dejara para otro día, que lo sentían, pero que estaban tan cansadas que no podían levantar ni una patita.
_ No entiendo cómo no tenéis ganas de jugar… -les recriminó Gordi con cara de hastío.
Las abejitas se miraron, lo miraron de arriba abajo. Los gestos de nuestras amigas eran amenazantes. El zángano intuyó que había llegado el momento de irse por donde había venido.
_ Gordi ¿No te parece que eres un caradura? – le dijo Tina, con las patitas puestas en jarra.
_ Sí, eso mismo te decimos nosotras – secundaron Fina y Gina- nosotras nos pasamos el día trabajando, incluso debemos alimentaros. No es una queja, es nuestro trabajo y lo hacemos encantadas. Pero has de comprender que en algún momento estemos cansadas y no tengamos ganas ni de jugar.
_ Por otra parte –continuó Tina- en ningún sitio dice que sea obligación nuestra jugar con vosotros. Los zánganos os pasáis el día, durmiendo, comiendo y dando paseos de aquí para allá, y no os echamos nada en cara, así que… ¡ya sabes! jugaremos contigo cuando nos apetezca a nosotras.
Gordi el zángano no supo qué decir, era perezoso hasta para tener ideas. Nuestras amigas ya lo daban como un caso imposible, y a decir verdad, Gordi no podía hacer nada –su holgazanería le venía impuesta por la madre naturaleza. No se les había dotado ni de aguijón, para defender o defenderse. Ahora se sentían mal por haberle hablado tan duramente, pero alguien debía decirle las cosas claras y abrirle los ojos… -algo difícil, por otra parte, porque la mayor parte del tiempo los tenía cerrados. Luego se pasarían a verlo y le llevarían un poco de pan de abeja para reconciliarse con él.

Pasados unos días, las tres abejitas se levantaron muy contentas. Iban a aprender algo nuevo y como ya tenían dominado el tema de la limpieza, pasarían al siguiente nivel, que no era otro que el de ejercer de guardianas. Harían una especie de servicio militar que las convertiría en defensoras de la colonia. Aprenderían a utilizar el aguijón con los desalmados enemigos que se atrevieran a amenazar los intereses de la colmena y les enseñarían a no rendirse jamás. Los días que duró esa tarea la llevaron a cabo con honores. Se sentían muy orgullosas del trabajo realizado y en ninguna ocasión se habían portado como Soldi con ellas, al contrario, intentaron ser tolerantes con las hermanas recién nacidas.
Nuestras tres Inas, se habían convertido en unas abejas adultas, siempre iban juntas a todas partes. Eran inseparables. En poco tiempo, habían aprendido un buen número de oficios. Pero todavía les quedaba uno, el último y tal vez el más duro; ser recolectoras. Ahora sí había llegado el momento de poner en práctica lo aprendido semanas antes…, el sentido de la orientación.
Su jornada de trabajo era de sol a sol. Comenzaban al alba y terminaban con el último rayo del astro rey. Debían abastecer a la colmena de todo lo necesario para su subsistencia; néctar, polen, própolis y agua, es decir, lo imprescindible para que las abejas fabricaran la finísima cera para la construcción de sus casas y la deliciosa miel…, entre otros manjares. Sus principales proveedoras eran las flores, con las que se llevaban muy bien. Era milenario el acuerdo que tenían entre ellas…, “las flores darían néctar y agua a las abejas, a cambio de que éstas, se cuidaran de transportar el polen de sus estambres a otras flores para poder fecundarlas”. Flores y abejas salían beneficiadas con este acuerdo. Y así se hacía desde los tiempos de los tiempos y así se seguiría haciendo mientras existieran las abejas y las flores.

El otoño había llegado. La colmena estaba hasta los topes de provisiones. La vida seguía, eso sí, de manera más tranquila. El frío no les permitía salir a recoger los productos del campo, por lo que nuestras amiguitas se dedicaban a las tareas domésticas o más habitualmente a quedarse adormiladas hasta que pasaran los meses de frío y nieve.
La primavera traería de nuevo el bullicio a nuestra colmena. Todo volvería a recobrar vida. Los campos volverían a teñirse de colores y…, otras Finas, Ginas y Tinas -tan incansablemente trabajadoras- traerían la alegría y el bienestar a la colonia.

´´´´´´´´´´´Fin´´´´´´´´´´
Concetta05 de julio de 2011

5 Comentarios

  • Asun

    Hola Concetta, te echaba de menos. Sabes contar cuentos como nadie, y me encatan estas nuevas amigas que nos has presentado. Sabes que a Margarita la tengo muy presente-
    De verdade me gustan mucho tus relatos, paso un rato muy, muy agradable.
    Besos.

    05/07/11 07:07

  • Concetta

    Hola Asun, yo también os echaba de menos..., he estado un poco líada.
    Gracias por tus palabras, no sabes qué ánimo me das. Y me alegra tanto que te gusten mis relatos.
    Margarita es una cerdita muy simpática, yo también la quiero...
    Un placer,
    Besos
    concettaa

    05/07/11 07:07

  • Flacco

    Concetta! De veras que reflejas a la sociedad de las abejas o ¿a la humana? Felicidades, muy entretenido relato.
    Besos

    05/07/11 07:07

  • Concetta

    Hola Flacco, gracias por tus palabras. Me alegra que te haya entretenido el relato.
    Un abrazo.

    05/07/11 07:07

  • Buitrago

    Muy entretenido el relato, animo y apor más.
    saludos

    Antonio

    28/07/11 07:07

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