¿Cómo quieres que te lo explique? ¿Crees que puedo? ¡Es imposible!
Aún me tiembla todo, ¡todo!. Dios
en mi vida he pasado más miedo; no, miedo no, terror. Fue horrible.
Estaba buscando la foto de cuando estuvimos juntos en Gredos, ¿te acuerdas? En el nevero. Nos reímos con todas las ganas porque tú te habías caído de morros. Inmortalizamos el momento los tres sentados en el hielo. Pues eso, la estaba buscando y me di la vuelta, no sé por qué, pero me di la vuelta. Y allí estaba. De pie. Era él. Repito: era él.
¿Qué si le hablé? Pero bueno, ¿es que no entiendes? Era él. Allí mismo. Si alargo la mano le habría tocado. Dios
no podía hacer nada. Tenía todo mi cuerpo al borde del abismo. Sólo era ojos y velocidad en la sangre. Podría haber muerto de horror.
Sonreía. Menos mal. Eso apaciguaba un poco mi miedo. Un poco solamente. Hizo una mueca y desapareció.
¿Y? ¿Y qué? Vete a tomar por saco, por ser un poco fino, porque te daría un par y me quedaría tan a gusto. ¿Es que eres tonto o qué? Ya te podía haber pasado a ti, por listo. Es algo inexplicable. Es como si el mundo se parase y te dieses cuenta de que no eres nada, la vida y la muerte juntas, el ayer y el hoy a la par, yo que sé. Cuando se fue, que aún no sé cómo, me sujeté como pude a la mesa porque mis piernas no me podían sujetar más tiempo. Y lloré, sí, lloré. Y punto. No me hables más.