Si me detengo a pensar en estas noches en las que observo el techo y no hayo un hueco para mi en este cama o en este tiempo, en este pasado incierto lleno de acciones hirientes por aguantar el odio que me carcome por dentro, en este semblante ajeno al sentimiento de mi alma, en mi carácter insurrecto, ni en estos celos infundados por envidiar lo que no me ha sido dado porque me he negado a merecerlo.
Me detengo y pienso que he estado encerrada tanto tiempo en un desván oscuro y estrecho donde se reproducía el silencio entre canciones de Coltrane y Elvis Costello, y mi mente divagando entre libros de medicina y novelas ligeras, me detengo y siento la soledad en mis ojeras y las lágrimas que no brotan acumuladas en mi pecho.
Tampoco me hallo en este miedo a herir con mi verbo después de haber agarrado por el cuello, golpeado y abandonado sus cuerpos malheridos en el suelo, en los libros en los que he perdido el interés al leerlos, en estas manos llenas de cicatrices y moratones, en estas muñecas que sangraban a borbotones por un pasado oscuro y ajeno.