No fue eterna la noche enlutada,
huida a las esquinas de lo añejo.
Telarañas de deseos
bajo las lunas de plata
que cubrían los barbechos
de semillas no brotadas.
Amor de rompe y rasga,
amor sin norte ni puerto,
hidra que espira su aliento
por estelas descarnadas.
¡Cuánta locura sin dueño,
cuánta pasión mal hallada!
No fue eterna, no, la madrugada,
huida al alba escarchada.
El gallo cantaba a los soles
que en su garganta estallaban,
mientras la niña soñaba flores
que su galán le regalaba.
¡Qué sabe ella de amores,
qué sabe ella de trampas!
Y el poeta transido de espinas,
en el corazón clavadas,
tornaba en eterna poesía
su pena de sangre y agua.
¡Cuánto dolor se anidaba
en cada verso sin meta,
en cada letra del alma!
Se siente el peso que lleva la luna a sus espaldas y ese halo de tristeza en su serrín, en un otoño que logra resecar los labios, en miradas que no se humedecen no puedo evitar mencionar el tierno redoble de tristeza en la última estrofa es como una saetilla envenenada.
Duele hasta el aliento, poeta.