Puedo verte aun en lo oscuro, vislumbrarte con ojos lobunos,
cautivo en parda bruma que envuelve mi vivir.
Corre rauda tu ausencia, y el tiempo, inexorable,
bajo su manto de arena entierra el recuerdo inmediato
que permanece, no obstante; sigue ahí, sin quebranto,
perpetuado entre la sal de mi llanto
y la miel de tus labios.
Cuántas veces los he maldecido, cuántas auroras y ocasos
harán falta para cumplir ese castigo de no hallarte
cuando me asalta el deseo, aterido sin ti.
Mi corazón apesadumbrado te retiene más allá de lo humano,
fraguado a fuego lento llevo tu nombre callado,
enjauladas las mariposas que nunca he vuelto a sentir.
Sopla el cierzo sobre mi piel, su gélido aliento me empaña,
cala en mi cuerpo su hielo y de hiel me empapa el alma,
y yo me debato en duelo entre la nada y mi latir.
A la luna llena lanzo mis lamentos, mis aullidos de loba herida,
y su halo de plata mengua mientras una estrella perdida
destella en el firmamento para apagarse y morir.
Yo me rebelo ante tu memoria, queriendo borrar la historia,
que el dolor que por ti yo siento fuera cual hoja en blanco
en el libro del amor que ahora me toca escribir.
Y aunque incruenta es la batalla que contra ti estoy librando,
por dentro me desangro, manantial de cieno estanco,
en su pantano los diques cerrando para cesar su fluir.
Puedo verte aun en lo oscuro, mas desde mi infierno juro
que habrá puro arco iris que en mi cielo vuelva a lucir
disipando tu imagen, tu recuerdo, y tu existir.