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Nunca He Sido Buena para Dormir 15 de agosto de 2013
por danielanajar
Nunca he sido buena para dormir. Desde chiquita se me meten pulgas en la cabeza cuando empieza a anochecer, pulgas en lugar de sueños y no me dejan dormir, por eso mi mama me dice “pulga” desde chiquita. Nunca he sido buena para dormir y hoy no es una excepción. Apago el cigarro número quince y sirvo un poco más de vino en la copa. Es un buen vino, suave cuando entra, refrescante, con un buen golpe de sabor. Faltan algunas horas para que amanezca y yo ya me estoy volviendo loca. No me quiero mover de donde estoy sentada, así, en el suelo y con la luz apagada, recargada contra la pared con la cabeza en el vidrio de mi ventana, la única ventana en mi cuarto, la ventana que me convenció de mudarme a este departamento hace dos años cuando la vi porque empieza en el piso de la recámara y termina allá arriba, en el techo, y da a la calle, y me hace sentir que puedo seguirme de frente y no parar si no quiero. Me mudé, a pesar de los gritos de mi papá y los reproches sentimentales de mi mamá, a pesar de los miedos inevitables que vienen incluidos en la mudanza cuando una mujer joven decide vivir sola, sin nadie, ni siquiera un perro o un pez mascota, sin un hombre que la cuide de “todas las cosas malas que le pueden pasar a una señorita de sociedad” como diría mi abuela. Me mudé porque vi una ventana grande en un cuarto, y por más razones también pero de esas no me quiero acordar ahorita. Empiezo a divagar. Prendo el cigarro dieciséis y emprendo la aventura de pensar en ti.

Dejé de esperar tu llamada hace varias horas, hace varios días, hace varios años. Pero pienso en ti sin tregua, en las noches, en lugar de los sueños, te me metes en la cabeza como pulga y te me escapas con el primer rayo de sol, me dejas exhausta. ¿Qué pensarías de mí si me vieras así ahora?, así, en huesos, pálida y con los ojos apagados, moviéndome por moverme, viviendo por tener que vivir. ¿Qué sentirías si te dijera que estoy así por ti?, que me dejaste así el día que cerraste la puerta del otro lado y ya no regresaste. Más vino. Me llega de golpe tu cara y se me va el aire de repente. Me hago consciente del hueco que tengo en el estómago -Claro, si no comes nada niña- diría mi mamá, pero no es un hueco por hambre, es un vacío que vive ahí, que está ahí porque ahí lo dejaste tú, trato de sofocarlo, lo lleno de alcohol, o de humo de cigarro, en ocasiones, cuando mi voluntad flaquea, me permito atiborrarlo de recuerdos. Eso es lo único que funciona, los recuerdos de ti, de nosotros. Son recuerdos viciados, recuerdos que son más inventos que recuerdos y a veces me cuesta trabajo separar el invento de la verdad pero no me importa porque es lo que me queda de ti, cierro los ojos, me hundo en eso, nado en la mezcla de realidad y fantasía hasta que puedo sentir tus manos tomando las mías, hasta que puedo verte sentado en frente de mi, hasta que puedo tener una conversación entera contigo y te platico todo lo que he hecho desde la última vez que nos vimos. Me quema el cigarro los dedos por dejarlo consumirse hasta la base de la colilla y regreso al mundo real. Te vas. Otro cigarro. Más vino.

Se va terminando la botella, va llegando la madrugada y empiezo a buscarte como desesperada. Necesito encontrarte aquí, en este cuarto, en esta oscuridad antes de que llegue la luz, necesito que regreses para pedirte que no me dejes, que no te vayas o que si te vas me lleves contigo a donde vayas. ¿A dónde vas? Algunos me dicen que te fuiste al cielo y desde ahí me miras, otros me dicen que mientras te recuerde no te vas a ningún lado, unos cuantos no saben que decir y solemnes bajan la cabeza. Pero nada de eso me sirve cuando llega la mañana y te imagino cerrar la puerta del otro lado, no sé explicar que cuando se va la noche te vas tú con ella sin despedirte de mí. Te espero unos minutos más, te espero sentada sin moverme, casi sin respirar, casi sin querer vivir. Pero sé que no vas a regresar, no hoy por lo menos. Suena el despertador, es hora de moverme por tener que moverme. Me meto a bañar, me arreglo para ir a trabajar, trato de disimular los círculos obscuros que residen permanentemente debajo de mis ojos con un poco de maquillaje, me meto en mis tacones, los últimos de la temporada y me dirijo a la puerta. Antes de salir me aseguro de traer la poca voluntad que me queda y esa sonrisa forzada que me pongo todos los días, y me despido de ti, hasta que te vuelva a encontrar en la noche. Porque nunca he sido buena para dormir.

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Nunca He Sido Buena para Dormir
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