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Libertad -parte I (de Ii)

Y corría con el rostro desencajado. Miraba alrededor, alrededor de su huida… Buscaba la salida, buscaba la estación de llegada a la libertad. La lluvia le golpeaba el rostro, unidas la velocidad de su huida y la caída de la lluvia tormentosa, le hacian sentir escalofríos. El corazón le palpitaba de manera brutal, casi cardiaca. Seguía corriendo, pasó por un callejón oscuro, iluminado solo por un farol al final del mismo; la colilla de su cigarro, fiel y único amigo, le quemaba al volar sobre la fría noche… Las escaleras de incendio del local por donde pasaba le dieron cobijo durante unos segundos, suficiente para encender un nuevo amigo. Se enfundó aún mas la gabardina y continuó corriendo. Miraba atrás y las luces azules y rojas centelleaban detrás suya… Iluminaron su camino lo suficiente para percatarse de que a unos cuantos pasos se toparía con un bidón de basura… tarde, muy tarde. El bidón y su cuerpo se unieron, cayendo de bruces al suelo.
“¡Alto!” se oía de fondo, como los comentarios repelentes en una sala de cine. Se reincorporó y llegó al farol, giró la esquina y vio la libertad. Aquel antro parecía acogedor desde fuera, y lo era más aún desde dentro. Mojado por la fría lluvia de primavera, se quedó en la puerta observando el garito. Dos almas errantes en la barra, el humo de sus cigarrillos parecían fogatas en un oscuro bosque. Una suave luz azulina iluminaba la actuación de una bella cantante, la cual eclipsaba con su belleza a toda su banda, un simple batería y un trompetista de rostro melancólico y amable.
Se sacudió las ropas, manchadas por el barrizal que rodeaba al bidón de basura, y se aproximó a la barra.
“¿Qué desea?” le preguntaba un flaco y viejo camarero, con pinta de ser también el dueño del local. Su canosa perilla no ocultó una leve mueca de desencanto en su rostro. Sin embargo, no encontró respuesta alguna, pues el fugitivo seguía mirando absorto todo lo que le rodeaba, el dulce movimiento de los labios de la singer mientras hacía sonar una voz sobrecogedora, el serpenteante caminar hacia el techo del humo de cigarro, la triste clientela... Se sobresaltó cuando sintió la mirada fulgurante del camarero. Giró el cuello lentamente hasta encontrar la mirada del barman con su mirada. “Un whisky con soda… doble” musitó levemente. “¿Acaso huye de alguien? O habla más fuerte o su garganta quedará seca por toda la noche…” Y entonces cambió de idea, “un whisky con un poco de agua…” Y el camarero giró sobre sus pasos con la intención de atender su petición.
Ya no recordaba por qué estaba allí, la morena piel, el frondoso cabello, los carnosos labios y los ojos penetrantes, negros como el oscuro callejón que atravesó, y sobre todo la voz angelical de la singer le hacían olvidar. “Es Rita… y si, es real…” una voz rota por el humo y la bebida, lo hizo volver en sí. A su lado un hombre, de tupido bigote, le miraba sonriente. “Desde que entró por la puerta sus ojos no miran otra cosa… ni tan siquiera el whisky que hace diez minutos le han puesto al lado…” La voz quebrada sonaba alegre, tal vez por unas cuantas copas de más… Apartó su mirada de aquel hombre y miró el vaso… Al alcanzarlo dejó ver sus finos y largos dedos, pero no el resto de su mano, vendada fieramente a causa de una herida reciente. “Un hombre callado… Mi viejo decía que un hombre callado almacena mas sentimientos..." -y añadió tras una breve pausa- "...Y es un hombre sensible por eso…” Lo miró fijamente y realizó una breve mueca, algo parecido a una sonrisa. Tomó el vaso y abandonando al orador se acercó al escenario. Tomó asiento en un cómodo butacón casi a pie de las tablas que pisaban esas largas y morenas piernas de ensueño.
Después de unos minutos, al parecer, ese ser perfecto se percató de que alguien más insignificante podía existir sobre la tierra, y bajando los dos peldaños del escenario, se acomodó junto a él. Ahora sólo cantaba para él, al menos él lo sentía así. Su dulce voz le hacía sentir cómodo y excitado a la vez, le susurraba las finas notas al oído, su negro pelo rozaba su rostro y sus labios carnosos casi tocaban su oreja. Un orgasmo no podía ser mejor que esto, pensó…
La noche tocaba a su fin y los tímidos aplausos de la escasa clientela daban cierre a la actuación del jovial grupo… encabezado por Ella. Él seguía sus pasos, que se dirigían a la barra… Contempló como discutía con el dueño la cantidad a percibir por el espectáculo dado y como la discusión subía de tono… hasta que rendido por su mirada y sus razones, el dueño acabó cediendo. Tomó los billetes y los depositó en el canalillo y viró su cara hacia donde él se encontraba. Una dulce sonrisa iluminó el local y el siguió con su rostro impenetrable, con los labios aguantando, como aguanta el cielo las estrellas, un cigarro a medio consumir…
“¿Has perdido la capacidad de sonreír?” le preguntó mientras tomaba asiento a su lado. “Perdí la concentración ahí arriba cuando me mirabas… con ese rostro serio" -su voz era sugerente-, "por eso bajé, para hacerte sonreír… pero no lo conseguí”… Seguía mudo, pero su mirada hablaba… “Me estoy haciendo viejo… Y aún sigo corriendo, como si fuese un niño…” Ella lo miró sorprendida… “Aunque ahora lo haga para sobrevivir…” El silencio se apoderó de la conversación, hasta que ella añadió: “Quizás parezca atrevida… pero ¿que te pasó en la mano?” Él casi ni se acordaba… La miró fijamente, como en realidad lo había hecho durante toda la noche… “Gajes del oficio…” “¿Eres carpintero… mecánico… obrero?” “Digamos que no soy oficial de policía…” Por unos instantes el silencio volvió a reinar la conversación… “¿Ahora estás huyendo?” “Dejé de huir cuando encontré donde ocultarme… no escapé hasta que encontré tu mirada, tus labios, tu voz y la melodía que te envolvía…” Sonrió, y pensó que nunca jamás vería algo tan bello…

“Hoy realizaba mi ultimo encargo…”
Danifitipaldi14 de enero de 2008

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