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En un Hotel

Sentada en la tapa de inodoro sus nerviosas rodillas traqueteaban mientras observaba la estupenda bañera, pulcra, impecable, el cromado de los accesorios del baño, los azulejos de primera. Todo era limpio y lujoso. Cogió el cestillo de los botecitos de aseo que había sobre la encimera del lavabo y metió la mano revolviendo como si escogiera uno al azar en un concurso “¡Acondicionador capilar para la señorita, oiga!”.

No era su primera vez aunque aún no llevaba mucho en el negocio y no podía tener quejas del lugar escogido por su cliente, con ese albornoz suave y blanco puro. Si hasta había secador de pelo. Si todo salía bien podría darse una buena ducha y salir de allí como si de una señora clienta se tratara.

Tras la puerta se oía una música suave y sensual, el descorchar de una botella de champán (ni siquiera recordaba si le gustaba), el tintineo de dos copas, la caída libre de los zapatos y su silbar seguro y masculino.

Temblaba, y se agarraba las muñecas mientras miraba su rostro constreñido en el espejo.

“no te sientas culpable, es la puta vida la que te envía hasta aquí. Tu jamás pensaste que acabarías así”. Siempre tuvo sueños, pero… primero, fueron las hostias las noches de los jueves, luego las palizas del domingo, la huida con los puesto y con el niño envuelto en una mantita…

Cuantas veces resonaban en su mente las sentencias de su madre “no servirás pa ná, ná mas que pa puta” ¿Por que nunca la quiso nadie? Siempre tratada como un perro.

No importa, el hambre es el hambre y una madre, una buena madre, hace lo que sea por su hijo. Total, muchas veces lo hizo obligada, casi violada por un hombre que no era ni la triste sombra del que se enamoró. Que mas da una vez mas, y otra y otra…

Ella sabía como fingir, como evadirse y entrar en catarsis sin que el otro lo notara, para que no le doliera el alma ni la dignidad y quedar como una buena zorra y que el cabrón terminara pronto.

Se tapó la cara con las manos, las dejó resbalar por el cuello, por el escote. Se alzó los pechos y estiró los pliegues del vestido negro.

Puso esa cara que todos esperaban ver de hembra en celo y abrió la puerta dispuesta a ganarse en el menor tiempo posible lo suficiente para seguir tirando un día mas.
Diafana05 de marzo de 2008

5 Comentarios

  • Myta

    Aguita!
    Es muy conmovedor Diafana.
    Se me ha puesto los pelos de puenta y todo.
    Un saludo

    06/03/08 12:03

  • Shadow

    Cuando era joven, y como todo macho medio idiota, se me ocurriò preguntarle a una puta:

    -A ti esto de la tiradera te gusta, ¿no?

    y me contestò:

    -Claro bolsa, me gusta echarme encima cada noche entre treinta y treinta y cinco hombres, me gusta no poder elegir, me gusta tener que aceptar a los borrachos, a los tuertos, a los hediondos, a los sàdicos, a los mentirosos, a los estùpidos, etc.

    No dije nada, me vestì , pagè, y salì al galope. No tenìa dònde meter la cara.

    Me atrapa el relato y me llega adentro y me regresa a otros dìas que tuvieron lo suyo de bueno y lo suyo de malo.

    09/03/08 12:03

  • Fu

    claro, bolsa. ¬¬

    31/03/08 02:03

  • Shadow

    Gracias sr. fu, la reafirmaciòn lo hace màs contundente >:(

    03/04/08 02:04

  • Fu

    solo fue ke me gusto eso de "bolsa"...asi como un apelativo. :)

    aunke, francamente...


    claro, bolsa ¬¬

    03/04/08 02:04

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