Dos sombras bailaban un amanecer,
sobre aquel balcón bajo un gran rosedal,
inmersos en la destreza y la pasión,
la seducción encendía sus cuerpos.
Aquellas sombras gozaban,
como siluetas engarzadas,
plenas de gracia parecían perderse,
entre las grietas del tiempo.
Contornos dispuestos a perder los sentidos,
se miraban abrumados,
en un plano de dimensiones esbeltas,
a los bellos compas de un misterioso músico.
Las rosas del rosedal,
iluminaban con agiles destellos de colores,
reflejadas por una luz lejana,
acariciando aquellas sombras danzantes.
La música venía desde un poema,
caído en las entrañas mismas de una melancolía,
en aquel balcón cualquiera,
esplendido escenario de una olvidada historia de amor.