Descansa desde hace unos cuantos llantos el dolor,
intrépidas tormentas no dejan olvidar la agonía,
una súplica galopa en corceles blancos con restos de alma,
un agobio se cierne sobre el cuello ya frágil.
Los cuervos observan desde un entrañable recuerdo,
unos paramos son el magnífico espectáculo,
los suspiros se elevan a los vientos que lo acarician todo,
en un lugar donde hablan los príncipes nocturnos.
El asombro se llena de tristeza y vida,
a sabiendas de que el sol llegara más tarde,
en una aciaga lejanía un sabio silencio se columpia en calma,
cantos que duermen la noche hasta el hartazgo.
Los cuervos, se pierden en la oscuridad; mi alma se hace ubicua y extraña,
un soplo insípido me despierta de la pesadumbre,
ya taciturno me va llevando la bruma,
los cielos se abren; mis ojos se pierden entre las estrellas.