Entre un vuelo de palomas que existe ahora en la plazoleta y la unción de los aromas en el jardín cercano, los cantares del agua que barbotea la fuente de piedra me guían justo al lado del plantío de magnolias. Sí. Estoy hablando de un jardín de la tarde donde desgrano la algarabía de mis sueños y donde los blancos azahares refulgen como galeones en la tarde fragante. Está fresca la tarde y hay una fragancia de difusión... algo así como estelas marinas con azules viajes de pleamar.
Mis manos, persuasivas, juegan con los pronombres de las cosas que observo y las sinceras palabras del viento se me disuelven con las primeras tareas que me ocupan mirando al cielo. Pronto las estrellas irán apareciendo en lo alto y henos aquí, desde lo alto del mirador, volando con alas de misterio surcando todo lo observable bajo el arco de los indómitos sueños.
Ampliado así el círculo de fuego que crepita ya en el horizonte, el cielo muestra toda su suntuosidad. No es un cielo herido de tormenta sino de sosiego y calma y así, en este momento, nos podemos ya mecer en el crepúsculo de su incienso y somos materia ígnea en ascenso. Henos aquí volando por lo inmenso del presente minuto y su silencio.