Todo lo que escoge la música lo transforma en amorosa eternidad: un imposible de presencias arraigándose en el extremo de la locura. Y la música lo riega todo, lo toca todo, lo arrasa todo. En medio del pasado desmadejado por el tiempo, la música lo libera todo hacia el futuro y lo vuelve a anudar todo tranformándolo en presencia de sueños. La música cobija sensaciones en una conjugación de "aspas de jazmín" evocadas en el pretil del tiempo para hundirse en el corazón del caminante. La música lo libera todo. Es un amor de eternidad para llenar de posesiones lúdicas los infinitos de todos los tiempos. (Estoy escuchando a Clayderman mientras os envío un hasta mañana cordial a todos).

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