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Y En El Principio Era Nada (1)

Compañero Grekosay y resto de voremistas o voristas, por supuesto que deseo dialogar contigo y con vosotros. Sé que lo que va a continuación es un Cuento pero deseo también escribirlo como una reflexión.

Y EN EL PRINCIPIO ERA NADA

Hace muchos miles de años, quizás hace millones de años, había un lugar en la Tierra llamado Paraíso. Todo allí era pura naturaleza: montañas, ríos, árboles, animales... y un hombre eterno llamado Adán. Adán vivía muy contento poniendo nombres a todas las cosas y animales que, día a día, iba descubriendo en su eterno caminar; porque Adán se diferenciaba del resto de las criaturas allí vivientes en que sabía hablar, y quizás por eso, por saber hablar, era eterno. Nunca estaba triste. Se ocupaba de ver, oír y experimentar la convivencia con todo lo existente en aquella paradisíaca naturaleza donde todos los seres vivientes morían y volvían a renacer a través de otras generaciones que perpetuaban su especie. Sólo Adán nunca moría...

Adán hablaba con todo lo que encontraba en su caminar por el extenso Paraíso. Toda la naturaleza (montañas, ríos, árboles y animales) escuchaba atentamente a Adán, pero nada podía hablar con él porque nada tenía, salvo Adán, el don de la palabra.

Pero el momento más feliz de todos los días de Adán fue cuando conoció a una ave del paraíso que por las mañanas, cuando salía el sol, venía a visitarle. Con ésta sencilla pero muy hermosa ave pasaba largas horas simplemente admirando su extraordinaria belleza y viéndola surcar todos los espacios aéreos.

Entre todo lo que formaba parte de la vida de Adán había una compañera muy especial: su propia Sombra. La Sombra de Adán era su eterna compañera. Visible a la luz del sol y de la luna, en las noches oscuras, cuando desaparecía la luz, la Sombra se refugiaba en el interior de Adán y éste entonces creó el monólogo. Como no podía dialogar con nadie, comenzó a comunicarse con su propia Sombra a través del monólogo interior. Era un diálogo entre el yo de Adán y el yo de su propia Sombra. Y Adán empezó a producir ideas, pensamientos y sentimientos; pero todo ello bajo la costumbre, la tradición, una fórmula primaria, un código estructural y una estricta regla que Adán se había impuesto a sí mismo. Esta autoregla consistía en que sólo él podía iniciar el monólogo-diálogo con su Sombra a través de preguntas y la Sombra sólo podía ir contestando a las preguntas que formulaba Adán. Asi Adán fue evolucionando desde ideas sencillas y pensamientos simples hasta ideas más complicadas y pensamientos más complejos.

Y Adán fue creando, con su propia Sombra, un macrocosmos de filosofía existencial... y Adán comenzo a ser analítico...

Una mañana Adán observó con más detenimiento a aquella ave que venía a visitarle todos los días. Y empezó a analizar la situación. Él era libre, el más libre de todos los seres del Paraíso, pero siempre estaba sujeto a la tierra. Ella, sin embargo, a pesar de que algún día tendría que morir, podía surcar libremente los espacios aéreos. Andaba por la tierra pero cuando lo deseaba se elevaba por los aires. Y Adán dudó de su libertad. No era tan libre como pensaba. Entonces comenzó a nacer un sentimiento que nunca antes habia experimentado: los celos. Tenía celos de la hermosa ave porque ella podía volar gracias a una libertad que él no poseía. En principio no fueron celos enfermizos, pero el carácter de Adán comenzó a cambiar por primera vez en su eterna existencia. Primero fue de una manera sutil, ligera, apenas perceptible; mas luego comenzó a ser más visible, más notable, más densa y más voluminosa... hasta que nació otro nuevo sentimiento: la envidia. Y por primera vez en su eterna existencia Adán empezó a sentir un poco de infelicidad.

Adán comenzó a hacerse más serio, más introvertido, más circunspecto y ya muchas noches se olvidaba de dialogar con su propia Sombra. No tenía deseos de hablar. Poco a poco se acostumbró al silencio en las oscuras noches sin luz.

Fue en una noche de ésta época en que la angustia comenzó a desarrollarse en el corazón de Adán cuando se desató una tan terrible tormenta que se convirtió en tempestad. Las nubes se estrellaban unas contra otras, rayos estrepitosos despedían relàmpagos sobrecogedores que alumbraban tétricamente el paisaje. Los truenos retumbaban en los valles y las montañas. Adán, por primera vez en su eterna existencia, quedó sobrecogido y atemorizado. Y buscó, entonces, refugio en una umbrosa caverna. La noche descargó toda su furia en forma de diluvio torrencial y luego se volvió espectralmente oscura, profundamente oscura, hondamente oscura... y Adán, estremecido, se adentró hasta lo más recóndito de la oscura caverna y allí quedó totalmente desolado. La sombra, fiel y eterna compañera de Adán, se refugió en lo más íntimo y profundo del hombre y se hundió en su corazón. Jamás Adán estuvo tan taciturno, inaccesible e inexpresivo.

Pero la Sombra tenía urgente necesidad de comunicarse a través del monólogo de Adán. Y la Sombra de Adán superó el miedo y rompió con la costumbre, con la tradición, con la fórmula primaria, con el código estructural y con aquella estricta regla que había sido autoimpuesta por el hombre. Y dispuesta decididamente a romper con todo ello para sacar a Adán de su mutismo, fue ella quien inició las preguntas en el monólogo-diálogo con su interlocutor:

- ¿Qué te sucede, Adán?.
- Tengo miedo. Por primera vez en mi eterna existencia conozco lo que es tener miedo.
- ¿Y qué clase de miedo es ese, Adán?.
- Algo que ha roto todos mis esquemas.
- ¿Puedo yo ayudarte a eliminar ese miedo, Adán?.
- Es inútil, Sombra. Esto es el final.
- ¿Pero no eres eterno, Adán?.
- Esa es mi tragedia. Saber que soy eterno y saber que voy a vivir eternamente con el miedo siempre dentro de mí.
- ¿Por qué tanto negativismo, Adán?.
- Porque desde esta noche sé que ya no sé quien, en verdad, soy.
- ¿Quieres saber quien, en verdad, eres, Adán?.
- No creo que tú, mi propia Sombra puedas decirme a mí quien soy en realidad.
- Te equivocas, Adán. No existe ningun otro ser viviente como tú y por eso es tu prpia Sombra la que, en verdad, puede ayudarte a saber quien verdaderamente eres..
- Antes estaba seguro de mí mismo, sabía interpretarme con exactitud. Ahora, quizás por los celos y la envidia, dudo ya de quien soy...
- La duda es las antesala del conocimiento, Adán...
- En mi caso la duda es el final del conocimiento, Sombra...

La Sombra quedó pensativa durante unos segundos antes de continuar:

- ¿De verdad quieres saber quién eres, Adán?.
- De verdad quiero saber quien soy.
- Para saber quien eres verdaderamente sólo tienes que darle la vuelta a tí mismo. Conocer la cara oculta de tí mismo.
- ¿Cómo me doy la vuelta a mísmo?.
- Es fácil. Tu nombre es tu identidad visible. Dále la vuelta completa a tu nombre y sabrás quien eres en verdad.

Y entonces Adán perdió el miedo y recuperó toda su capacidad. Volvió a tener fe en sí mismo y comenzó a dar la vuelta a su nombre.

- Mi nombre es Adán.
- Dale la vuelta, Adán. Date la vuelta a tí mismo.

Y Adán dio la vuelta a su nombre y descubrió, pro primera vez en su eterna existencia, que Adán era, verdaderamente, Nada.

Y Adán sintió una inmensa tristeza al saber que en el fondo era Nada. Y por primera vez en su eterna existencia sintió dolor, amargura, desolación. Por primera vez en su eterna existencia se sintió verdaderamente solo. Y lloró amargamente. Adán nunca había llorado. No sabía lo que eran las lágrimas. Pero, en aquella madrugada, cuando todavía no había cesado la tormenta ni el sol había aparecido sobre el Paraíso, conoció el lloro, las lágrimas recorriendo sus mejillas y el sabor salado de éstas al llegar a la comisura de sus labios. Lloró tan abundante y desconsoladamente que comenzó a sentirse más humano que nunca, algo así como si comenzara a dejar de ser eterno para empezar a ser simplemente tan mortal como el resto de los seres vivientes del Paraíso. Y amaneció. La tormenta ya había desaparecido y llegó la luz. El astro Sol ya estaba a punto de aparecer. Y la Sombra salió de lo profundo del corazón de Adán y, saliendo ambos a caminar, se extendió nuevamente sobre aquella tierra que tan atado tenia al propio Adán. Y Adán comenzó a hablar, por primera vez en su eterna existencia, con su Sombra a plena luz del día.

- Estoy solo, terriblemente solo, Sombra.
- Tienes razón, Adán. Estamos solos.
- ¿Y cómo podría yo superar esta soledad, Sombra?.
- ¿Cómo podríamos superar esta soledad, Adán?.
- ¿No se te ocurre nada?.
- Se me ocurre una sola cosa.
- ¿Cuál es esa cosa, Sombra?.
- Soñar. Podemos soñar.
- Pero yo sueño muchas veces y sigo estando solo.
- No me refiero a esa clase de sueño.
- ¿Hay otra clase de sueño?.
- Existe el sueño de la Esperanza.
- ¿Qué es eso de la Esperanza?.
- Soñemos juntos Adán, dos seres juntos soñando pueden descubrir mucho más que uno solo,
- Es cierto, Sombra. Soñemos.

(Estimados Voremistas, por causas ajenas a mi voluntad, tengo que continuar mañana) Si deséais leer el final del cuento, mañana os escribo la otra mitad. Es que ahora por razones ajenas a mí tengo que dejar la máquina libre para otra persona. Gracias,




Diesel06 de agosto de 2009

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