Me gusta cansarme de mí misma, llegar a ese tope y volver a hacer reset. Borrón y cuenta nueva. Me gusta cuando acaba un día porque significa que otro empezará. Siento que esto es como una película, cada día empieza una diferente. Mentiría si dijera que no estoy aprendiendo del agobio, lo siento dentro, incluso sin hacer nada, está en mi mente instalado, se ha acomodado en su nueva casa, está disfrutando de las vistas y de todo el lío que puede causar. En definitiva, quiere poner la casa patas arriba.
Y yo le miro y me río, él cree que tiene el control, porque con nada que le des ya le sirve para hacerse con él. Tan solo con mirarlo su ego crece más y más. Me río porque es ignorante, cree que él es yo mas yo sé que yo no soy él. Un árbol no es sus hojas, ni tampoco sus ramas, es todo su conjunto. Pero tampoco tiene sentido que el árbol se pelee con las hojas ya que, en cierta medida, ellas le forman, ellas son una parte de él, aunque no lo sean de forma completa.
Algo así pasa con el estrés, está ahí, cumpliendo su función y está bien, el problema viene cuando nos identificamos y creemos que no hay más, que somos eso y que no nos gusta lo que vemos. Aprendamos de la naturaleza, ella no se critica, ella se deja vivir, se deja querer y se deja ser.
Me gusta cansarme de mí misma porque recuerdo qué significa quererme y priorizarme, me gusta estar perdida porque sé que cuando menos me lo espere encontraré la salida. Y esto es así, la vida no es un sendero sin subidas, es una montaña que igual sube igual baja, con sus fases, con sus ritmos, para ser sentidos y no huidos.
