Me inventaré un dios
que bendiga mis armas,
que sea la razón de ansiadas fronteras,
de sedientas fornicaciones libres,
en el aneurisma de la palabra.
Me inventaré un dios
que escriba mi destino manifiesto,
que derrame señales
y robe las virginidades de la tierra,
un dios que crezca más que los otros,
y que me dé la ocasión para aplastarlos
con las plegarias de la indecente gente
que se cubre tras mi sombra,
en los aquelarres del placer.
Me inventaré un dios para mi cojera,
para mi invidencia voluntaria,
me inventaré una patria,
y un imperio,
y una moneda.
Me inventaré una duda,
una verdad y sus mentiras,
y mataré para dar vida,
me inventaré un dios
que me dé planetas,
y mundos paralelos,
dimensiones de sueños,
un dios que me haga vivir mil años.
Un dios amorfo y con nombre,
Para hablarle y dictarle
La caprichosa idea de su existencia,
Me inventaré un dios
- si dios me da permiso -
O sin el.
Certera remembranza que nos sumerge en el entrañable y profundo aunque muchas veces olvidado amor a Dios.