Hace muchos muchos años cuando era un adolescente escribí esto para una chica que me destrozo el corazón, dramático si, real no, bueno no mucho. Siempre es bueno recordar.
Siempre la vi rodeada por los desadaptados del Club de la Ginebra.
Ella era tan desadaptada como ellos, pálida y de esquelética belleza.
La muerte, el objeto de deseo de esta banda de suicidas.
¡Oh si ella tan solo supiera
! que por ella yo moriría también.
Ahí va, opacando a la noche, ahí está, deslumbrando al sol
Ese nombre
ese nombre de flor
La vi llorándole, la vi suplicándole rasgándose las venas por el
Su dolor me quemaba, me ahogaba y me cegó también.
La rabia se asomaba entre las risas y el orgullo me mantuvo en pie,
alcance a rozar su pie poco antes de verla alejándose
Ahí va opacando a la noche, ahí está deslumbrando al sol
Ese día murió el decoro, el amor se ha convertido en odio,
la sangre derramada reclama sangre y piel.
Noche y sol deben morir, el justo precio a convenir será sí:
la muerte es rápida o si es lenta y cruel.
Siempre buscando la muerte, no habrá a que temerle.
Si su amor es fuerte morir juntos no puede doler.
Ritos de vudú, danzas profanas sobre su ataúd,
esconder sus cuerpos, dárselo a los perros,
todo eso suena bien
Este es el horrible principio del triste final.
Has tornado lo bello en algo asqueroso.
El filo frío del cuchillo recorre con brusquedad
la piel que tanto desee
Soy un ser sin decoro, sin amor, soy odio.
Y no me da vergüenza brindar por mis occisos
con ginebra en una taza de té.