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Gato de Ojos Verdes.

En una noche oscura en la que reinaba la niebla Ángela caminaba acompañada por la soledad del repiqueteo de sus tacones, notaba como el frío poco a poco iba haciendo mella en su cuerpo penetrando capa a capa y burlando con astucia cada fibra de lana o tela que luchaba como podía por protegerla de las bajas temperaturas. Su cabeza estaba peor que nunca, llena de preguntas sin respuestas y en cierto modo de un pasotismo que ni ella misma entendía; los pensamientos aparecían mezclados con los recuerdos a medida que seguía caminando. Recordó un día en concreto en el que había pasado por allí con todos sus amigos, era un día de verano de los primeros años en los que comenzó a salir con ellos; de pronto el recuerdo se esfumó y dejó paso a ese olor a humedad que siempre le había gustado tanto, un charco, un banco húmedo, aquella casa antigua… todo cosas para las que había imaginado un lugar en su vida.

Metió las manos en los bolsillos y acurrucándose en esa tupida bufanda de lana negra y rosa pensó “Dios mío, antes lo tenía todo tan claro y ahora estoy en blanco, no sé a donde va mi vida ni que pasará con todos estos problemas…puede que se esfumen, que los solucionen, que los solucione yo… creía tener las respuestas para todo y las he perdido todas, perdido u olvidado…” un ligero estruendo arrancó una sonrisa de la comisura de sus labios “va a empezar a llover y me voy a poner pingando pero siempre puede empeorar así que no es tan grave, mientras no nieve y la carretera se cubra con una capa de dos metros de ese fino polvo blanco todos contentos porque así por lo menos podré volver a casa”. Y como bien había aventurado ella pronto las gotas de agua comenzaron a bañar sus recuerdos intentando purificarlos, sus rizos acogían el agua estirándose hasta llegar a la cintura mientras ella corría con la esperanza de encontrar un portal para resguardarse y cuando lo hizo de poco iba a servir, se miró en el reflejo; siempre había sido la misma, era la gente de su alrededor la que había cambiado “tanta ropa y no sirve para nada…estoy pingando”.

Relámpago tras relámpago se acordó de aquella amiga suya que tenía miedo a las tormentas y pensó qué estaría haciendo en ese preciso momento “quizá esté acurrucada en su cama o abrazada a su gato negro”. Era hermoso después de todo ver caer la lluvia cuando se está deprimido…era una de las pocas cosas que te sacaba una sonrisa quizá porque al igual que las gotas de agua ella ya se había estampado contra el suelo varias veces, Ángela había llegado a lo más alto y le había dolido hasta el alma la caída pero poco a poco lo llevaba no le quedaba más remedio que aguantar. Se quitó la bufanda y se sentó en la tarima del portal, la lana era tan suave justo como su carácter cuando estaba con él… un relámpago llamó su atención, luz cargada de energía que acababa tomando contacto con la tierra o quizá con alguna persona poco afortunada como para seguir viviendo “sería curioso morir atravesada por un relámpago…que triste, eso si que es morir porque no tienes que estar en el mundo…con las pocas probabilidades que hay de que pase sería más que una señal”, una idea acababa de ocurrírsele y entonces salió del portal todavía con la bufanda en la mano. “Hagamos la prueba Señor, si tengo que morir tan solo atraviésame”; la gente corría para resguardarse mientras ella caminaba bajo la lluvia tranquila y mirando al frente, su largo abrigo goteaba agua por todas partes, sus pantalones se había vuelto azul oscuro de lo mojados que estaban, tenía agua hasta donde no tenía que haberla pero poco importaba ya. “Bueno…aquí estoy” miró hacia el cielo y solo vio la luna…esa que le habían prometido una vez y en la que conservaba un pequeño cráter que a pesar de todo era lo único que seguía siendo suyo; se quedó parada en medio de la plaza de la catedral pero no pasó nada y entonces sonrió “claro que no tengo que morir pero esperaba que me ayudases a darme cuenta de que si siempre he luchado por las cosas ¿Qué tendría que cambiar ahora?” un pequeño gato negro se cruzó en su camino, volvió sobre sus pasos y se sentó frente a ella “se parece al gato de mi amiga, negro y con esos ojos verdes tan bonitos” y sonrió “Gato con ojos verdes que ironía…” contenta de nuevo por ir superando poco a poco los baches se subió en el autobús y volvió a casa donde un día más quedaría recogido en su diario, el mismo que leería años más adelante y en el que se daría cuenta de cómo habían mejorado, cambiado o empeorado las cosas desde entonces.
Elinea05 de diciembre de 2011

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