Las tazas sobre el mantel plagado de margaritas marchitas de tanto esperar se estacionan una vez más. En la pared su fotografía ya se ha cansado de sonreír y sus zapatos se marcharon de abajo de la cama
pero ella sigue soñando con que algún día volverá a buscarla.
Sus ojos se llenaron de ayeres olvidados y el espejo solo le devuelve años pasados que ya no es capaz de ver.
Cada tarde ejecuta con minuciosidad el mismo ritual de preparar café para dos y sentarse en la mesita desolada de la entrada esperando verlo llegar con su uniforme blanco y su mirada de príncipe encantado.
Al caer el sol, como cada puesta el sueño termina para renacer al día siguiente sin saber por qué.
Bonito y triste
Un saludo
Antonio