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Besa al Fuego Con Boca de Hielo. 3 al Otro Lado Del Meridiano. 29 de marzo de 2011
por ezer
Al otro lado del meridiano Marcelo vivía solo en un departamento. Yo vivía por ahí cerca. En Ciudad Lineal. Con un portugués que hablaba español, venía de intercambio. De Cristian yo no sabía nada. Hacía dos años que me fui, nos fuimos, de Argentina. Marcelo parece que se había puesto de novio con una gallega, rubia como el sol. Estudiaba diseño grafico. Vivía de algunos trabajitos simples, y algunos complejos. Yo tenía una pequeña productora independiente. Esa guitarra ahora formaba parte de mi sala, en una pared donde el sol siempre daba, y me iluminaba la cara. A veces nos juntábamos con Marce, vivíamos a unas diez cuadras. Hablábamos de música, de Santa Fe, y de cosas sueltas. Comíamos milanesas de siesta, y tomábamos mates de verano. Pero este invierno pegaba fuerte con patadas y piñas de hielo. De nieve blanca que a la mañana se mete por la ventana que dejo media abierta. Banana, el gato, está viejo y gordito.
-¿No pensás llamar a tu hermano?
-Ni en pedo, no vuelvo a hablar más con ese estúpido.
-Entendelo, Marce, el trataba de cuidarte.
-Puede ser, pero yo soy grande, yo puedo cuidarme.
La noche que dejó su casa estuvo un poco pasado de copas. Como Cristian no tomaba, no quería que el lo haga. La discusión fue bastante fuerte, pero no alcanzo a despertar a nadie. Todos éramos fanáticos de dormir hasta mucho, pero yo los escuchaba. No me metí porque era algo entre ellos. A pesar de ser como un tío de Marcelo, me quedé en el molde.
Yo le contaba algunas cosas a Cristian por teléfono y por chat a veces. Nuestras charlas eran bastante largas, me contaba de los chicos, de que Joaquín esperaba un hijo de María, de que Yoana termino por fin ese pulóver azul. De que el estaba pintando un cuadro con un chico de Santa Fe, que hace graffiti. Me mostraba un par de fotos que Yoa tomaba con María. Y algunas poesías que Joaquín escribía en sus ratos de no cambiar pañales. Igual no lo estaba haciendo muy seguido, como hace cinco años. Hace cinco años cuando estábamos en Santa Fe.
-Me compré una camioneta.
-¿Enserio?
-Sí, una van. Como esas Hippies.
-Estoy pensando volver a Santa Fe, en estos meses.
-¿Marcelo?
-No sé, tendría que hablar con el.

Abel volvió con unos CDS. Yo estaba con Marcelo sentados en el piso.
-Trouxe estes CDs para ouvir.
-¿Qué?
-Que traje unos CDs para oírlos.
-Ah, bueno, escuchemos.

“Duas luas sobre a Terra, apoiadas nos meus ombros. Iluminam os escombros da nossa última guerra...”

Escuchábamos sentados en el suelo. No hablamos por un largo rato. Creo que estábamos bastante concentrados en la música, en el idioma desconocido, o en nada.
Abel lanzó un silbido dorado. Me parece que conocía todas las canciones del CD. Me acordé de Yoana, y del pulóver azul. Tenía muchísimas ganas de volver a Santa Fe, volver al ruido de la calle Mendoza. Ya odiaba el silencio tan apacible de estas callecitas de España. No me molestaba, pero necesitaba aquel desorden que no encontrás en otro lado. Necesitaba algún arpegio de Marcelo. Y una caricia de Yoana.

Me despierto y hace un frío de cagarse. Cerré el ventanal y preparé un café. Mientras esperaba me paré enfrente de ese ventanal gigante que está en la sala. Que ilumina a la mañana, y a la noche a veces, cuando tiene ganas. Me quedé mirando esta España tan chiquita, y allá a lo lejos una Argentina que me gritaba que vuelva. Corrí a buscar el café, le puse dos de azúcar. Volví al ventanal. Parecía que estaba empezando a llover, una vecina trotaba por la vereda escapando de las gotitas que caen de un cielo blanco, helado. Seguro eran como las tres de la tarde. Las gotas caían por el cristal, como corriendo una carrera al vacío, hacia su fin. Pero no era fin, porque formaban un charquito y seguían las gotas. Pero ese charquito moría por las gotas que caían de la lluvia, que esquivaban el cristal. Extrañaba la lluvia de Santa Fe. Cuando cambia el olor de mi tierra.
La llovizna de a poco se volvía tormenta. Tormenta de invierno que sigue pegando en mi ventana. Que se mete por los callejones y no deja ninguna salida. Que se mete adentro mío y me enfría, y me hace cerrar la ventanita de la cocina.

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