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Historia de Dos Amantes

En esa tarde, Andrea, enfilaba con un jarrito en la mano hacia el living, cuando nuevamente escuchó la chicharra que le anunciaba la hora de llegada de su amado, así que enfiló rumbo a su recámara a preparar la bienvenida que le había prometido, y buscó entre su guardarropa aquellas prendas que tenía preparadas para esa ocasión.

Mientras ella no tenía noción de lo que su amado preparaba, Enrique, muy de mañana había adquirido la reservación de un restaurante al que la llevaría; sin embargo, él ya había perdido el hábito de usar traje y corbata, por lo que súbitamente, cobró conciencia de que era el momento usarlos. Vería a su amada.

Momentos después llegó Enrique al departamento de Andrea y al mirarse ambos se besaron, restregándose reciamente en mustios arrumacos, sin que esto fuera óbice para adivinar las delicias que les esperaban.

Salieron del departamento y caminaron por la avenida principal disfrutando de los colgajos anquilosados que ostentaban los aparadores de las tiendas, por lo que, Andrea rememoró que en algún tiempo fue afecta a mirar escaparates, pero tras su viudez, había caído en un apático desinterés del que solía reaccionar ocasionalmente cuando alguna prenda o artículo de bisutería sacudía involuntariamente sus fibras más sensibles.

Al llegar al restaurante fueron recibidos indicándoles el reservado preparado para ellos; una vez instalados, pidieron un buen vino y degustaron exquisitos platillos.

En un momento dado, cuando bebían un exquisito cognac, a Enrique se le ocurrió tímidamente excoriar, por debajo de la mesa, las rodillas de su amante. Al darse cuenta del éxito obtenido, le dijo que era el tiempo de marcharse, que recogiera su abrigo y no tardara.

Una confusa emoción la conmovió ya que no dejaba de reconocer el goce cuando este la dominaba.

Asiéndola del brazo la condujo a la salida y sin mediar palabra, Andrea prorrumpió en un copioso llanto que convulsionaba su pecho; clamando por los tiempos idos en que su fenecido esposo le diera un trato de princesa; sin embargo, le conmocionaba el dominio del hombre, que hoy se imponía, e hipando sonoramente con las lágrimas escurriendo, se rindió mansamente.

Sin saber por qué, en ese momento descubrió que tal situación le permitía sentirse viva nuevamente, ello le permitía reconquistar parte de su mórbida lozanía con los inequívocos mensajes de placer que cual destellos llegaban a su mente.

Al llegar a su departamento y comenzar con el juego de la vida, al recorrer a su amante, su olfato evidenció reminiscencias de antaño, cuando los mimos y con la evocación del premio obtenido latente en su anhelo, dejó que aquel sabor nunca olvidado la trastornara. Era un exquisito dèja vú, que los segundos la transportaron a tempus idus.

Andrea, pensó que sus pasiones habían quedado enjugadas al morir su esposo, sin embargo, renacieron como ave fénix logrando la cúspide de su esfuerzo.

Era el turno de Enrique, quien por su parte, supo que la realidad superaba su imaginación. Trabajaba incesantemente tremolando en aquél sendero de la pasión. lo que hacia, que a Andrea le vibraran sus fibras más sensibles y que sólo culminaría con su éxtasis.

La mujer parecía haber rejuvenecido ostensiblemente y la espléndida sonrisa que volvía a hacer chispear sus ojos color cielo anochecido, le decían de su alegría por volver a sentirse deseada y contentada como mujer.

Por primera vez, alguien que no fuera su finado esposo la llevaba a niveles sensoriales tan intensamente placenteros por lo que se sintió liberada por tan indescriptible placer que ahora la inundaba.
Ezrasmolsky19 de agosto de 2011

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