Una vez hubo un jardín
violenta mi mano sacó las espinas de las rosas
y las condenó al color
y las condenó al aroma
y las condenó a no ser más
hirientes y fuertes, hembras viriles, que dañan a quien las toca.
Y el jardín se quedó con rosas
castradas en su defensa, pobladas de imágenes de mi cobardía
¡pobre la rosa sin espinas!
pobre como las mujeres que cuando besan,
ni mueren ni matan
y renuncian para siempre a ser lo que son, de la violencia, asesinas.