Cuando yo tenía tres años y medio, mi mejor amigo, que tenía veintiún años, murió. Se llamaba Hugo. Solía elevarme con sus manos casi a la altura del techo. Eso me daba entre desesperación y alegría. Yo le decía panceta ahumada a modo de burla y él se reía, porque así le llamaban sus otros compañeros de trabajo. Hugo era empleado de mi padre, y trabajaba, junto a otro grupo de amigos, en la carpintería con papá. Después de su muerte, más o menos a mis treinta años, soñé con él. Me decía en sueños ¿por qué a mi no me venís a visitar? y me mostraba un pequeño rincón en el cementerio. Después del sueño , fui a ese lugar del cementerio. Hasta ese momento, YO NO SABIA DONDE ESTABA MI AMIGO SEPULTADO. Me sorprendí: allí estaba su foto sonriendo, detrás de las flores. Desde entonces, claro, siempre que puedo lo visito en ese lugar. Además, le perdí el miedo a la muerte. Ahora la muerte me inspira
desesperación y alegría
y la misma cosquilla en la panza. No se dan una idea, cómo ha crecido mi amistad con Hugo
en estos últimos días.
¿ Se puede saber por qué?