¿Cómo es que creí que esos textos eran para mí? Mis comienzos eran gigantes, quizás infinitos, pero no movilizaban una hoja. Tus finales siempre fueron minúsculos, solían ser invisibles pero letales. Mi comienzo fue tu final, tu final fue mi comienzo. Y paso un lustro. ¿Cómo no iba a hacerlo? Estaba encandilado. Ya no más.
