TusTextos

Don Julio (2) Inicio

Las campanas de la iglesia no dejaron de tocar durante todo el entierro, en un sonar incesante, como el llanto de uno más de los dolientes que asistían apesadumbrados. El cielo encapotado devolvía con un eco irreal su tañer, dando al ambiente un halo de misterio y pena que se metía en los huesos, como el frío del viento de la tormenta que estaba a punto de llegar. Julio le había pedido al párroco que no doblaran las campanas, pero al parecer el mensaje no había sido comprendido. No doblaron, pero tampoco dejaron de sonar. “De los entierros, - recordó-, lo más triste son las campanas” eso le dijo su hijo Juan Manuel presagiando su muerte pocos días antes de ser brutalmente asesinado en la lucha cristera. Para él, para su joven, valiente, irreverente y estúpido hijo no hubo campanas, no hubo siquiera entierro porque en esa época toda celebración religiosa estaba prohibida, pero el silencio que sí hubo, ese le permitió sentir una íntima comunión con la vida y con sus muertos, con los sueños de sus hijos que nunca se realizarían y con la vida que le obligaba a él a salir adelante, la mezcla de alegría y tristeza que impulsa, de manera irracional, al hombre a continuar viviendo… Desde entonces, toda campana, doblase o no, le traía la imagen de sus hijos muertos.
Julio levantó la vista y reconoció sólo algunos rostros de la muchedumbre que se agolpaba alrededor del féretro, la mayoría eran personas que se habían presentado más por mantener sus relaciones políticas con sus hijos mayores, personajes importantes, que por acompañarlos en su dolor. Tantas caras desconocidas, rostros sombríos que reflejaban la sensación colectiva del miedo, del miedo a la muerte y del miedo al dolor. Fue el gesto de uno de esos rostros lo que le hizo tomar conciencia de la tormenta que se avecinaba.
El féretro comenzó a bajar por el agujero negro en la tierra, chirriaban las cuerdas a su paso y los hombres, afanosos trataban de bajarlo lentamente para solemnizar el momento. Luego la última bendición y la primera palada de tierra. Julio Jaramillo vio en esa caja a Juan Manuel, a Gregorio, a Refugio y a Josefina, pero también se vio a sí mismo, a sus creencias, a muchas de sus ilusiones, y se sintió viejo, cansado.
Luisa, su mujer, cubierta con un velo negro que impedía ver su expresión, se levantó de la silla que le habían puesto, le dio un beso en la mejilla y le susurró algo al oído, él asintió, luego, con su pequeña nieta en brazos dormida y acompañada de Polonia, la nana de todos sus hijos y su eterna compañera, se alejó hacia el lugar donde el auto aguardaba.
Comenzó a llover, uno a uno los dolientes recibieron los abrazos de aquellos que fingían no tener prisa por la lluvia que comenzaba, pero en pocos minutos, sólo la familia quedó rodeando un puñado de tierra donde antes se presumía tanta vida.
-Vámonos papá, va a caer una tormenta.- se atrevió a decir Luis, el mayor de sus hijos y actual gobernador del estado.
-No, váyanse ustedes, no tiene caso que se queden.
-¿Para qué se queda? –preguntó.
- Necesito pensar, estar solo un rato.
Luis quiso contradecirlo nuevamente pero Nicolás lo contuvo.
-Déjalo, él sabe lo que hace. No es la primera vez que se moja y unas gotas de agua no lo van a matar. Bueno, le dejo al chofer- le dijo a su padre-, cuando se sienta tranquilo, nos alcanza, vamos a estar en el rancho con mi mamá. Tómese el tiempo que necesite.
Julio esbozó algo que quiso ser una sonrisa, agradecido. Sintió alejarse a sus 8 hijos en tandas, unos acompañados por sus parejas, otros platicando entre sí, y por fin, agradeció el silencio. Las campanas se habían callado, no supo con precisión en qué momento, pero ahora el único sonido era el del viento y el del golpetear de la lluvia sobre la tierra, sobre los charcos y sobre su propia cabeza.
En el pecho sentía algo que no alcanzaba a identificar, había algo, un hueco o algo atorado, pero dolía, dentro, muy dentro. “Josefina Figueroa”, leyó, “1923-1943”, que forma tan parca de retratar una vida. Allí faltaba decir que fue su única hija, después de 11 varones, que era fuerte, inteligente, sencilla como una flor de campo, y hablar de su cabello claro, de maíz -rió- y de su pasión por vivir, y de su magia, y de sus sueños rotos y de sus sueños que ahora, sin duda alguna, iba a poder realizar donde quiera que estuviera. Sintió aprisionado un grito en la garganta.
Un rayo de luz lo distrajo, había dejado de llover y atardecía, le pesaba la ropa, la sintió demasiado grande para él, se sintió exhausto y quiso encontrarse en su cuarto. Dio media vuelta y se encaminó al carro.
Cuando el chofer notó su presencia, presuroso fue a su encuentro con una manta, ayudándole a entrar al vehículo, luego ocupó su lugar, esperando sus instrucciones. Julio se sorprendió de su propia debilidad, se sintió desvalido, quiso ordenarle ir al rancho pero se quedó en silencio. Comprendió que esta vez su hija no podría salir a su encuentro en la entrada. En ese momento fue cuando el granate de su garganta estalló en un sollozo prolongado, incontrolable, y furtivas, las lágrimas, se atropellaron incesantes y dolorosas. El chofer, respetuoso, miró hacia el frente y se quedó en silencio por la breve eternidad en que el alma de Julio, se negó a quedar bajo el resguardo de su, ahora, débil cuerpo.
Cuando los espasmos de los sollozos habían pasado, al levantar la vista notó la mirada del chofer que se perdía en el horizonte, agradecido por su discreción intentó enderezarse, aunque no lo consiguió del todo.
-Tengo que ir al rancho, pero no quisiera que me vieran así- dijo casi tímido.
-No se apure Don Julio, el camino puede ser tan largo y tan lento como usted lo quiera.
Julio volteó hacia la ventana, perdiéndose nuevamente en sus recuerdos. El auto comenzó a andar, retomando el sendero fuera del panteón.

Al tomar la pendiente que daba al camino principal, Julio alcanzó a vislumbrar en el otro extremo de la población a las torres del santuario. Los recuerdos se agolparon a marejadas, su ropa deslavada, la cara de su hermana, su hambre de cariño, la tibieza del vuelo de la falda de su madre al pasarle cerca. Sacudió la cabeza y tratando de acomodar sus ideas, fue ordenando uno a uno sus pensamientos, hasta encontrar los orígenes de su propia vida…

II
Su historia comenzó allí hacía más de 70 años, rodeado de santos de yeso con cuerpos sin alma, o por lo menos sin el calor que suponía debían tener. Así recordaba a sus padres, dos seres casi intangibles que vivían para complacer al cura, que no veían fuera de los ojos del sacerdote ni entendían nada que no fueran sus verdades.
Tiburcio estaba encargado de la sacristía y los cuidados del santuario cuando llegó el padre Ignacio a Calvillo. Hasta ese momento no había habido un sacerdote de planta, cada domingo un misionero recorría algunos poblados para oficiar la misa. La llegada de un cura fue bien recibida por la comunidad, adicionalmente, el hecho de que fuera español le abrió nuevas puertas, pues la mayoría de los habitantes tenían sus propios orígenes en la madre patria y no se esforzaban mucho por disimular su menosprecio hacia los habitantes oriundos de la región. Construyeron pronto una casa para el sacerdote y una pequeña bodega en el jardín trasero del santuario, trajeron muebles finos y armaron en la sacristía una pequeña oficina llena de libreros, a sabiendas de que era un hombre que se presumía culto y muy letrado.
El sacerdote resultó ser un hombre de pocas pulgas, estricto y conservador, para quien todas las cosas y las personas tenían su propio lugar de acuerdo con su función social. Si bien se colocaba arriba del nivel de los pobladores de Calvillo, muy pocas personas podían ser considerados como dignos de sostener una buena plática con él, generalmente la gente que reunía dos características: dinero y poder, poder de decisión o poder de conocimiento.
Cuando llegó, Tiburcio se esmeró en hacerse indispensable para su servicio, de manera que no fuera a pasarle por la cabeza sustituirlo por alguien más, no obstante a pesar de su afán, había algunos quehaceres para los que empezó a evidenciarse su falta de talento.
Al paso de los días, el cura, acostumbrado a hacerse escuchar, llamó a Tiburcio y lo sentó frente a su escritorio. Le habló sin rodeos.
-Eres un buen hombre Tiburcio, valoro tu discreción y tu empeño, pero realmente me resulta impensable seguir comiendo las porquerías que haces- Tiburcio enrojeció- y sí, hijo, además necesito a alguien que me ayude en cosas de costura y todas esas cosas que las mujeres hacen.
Tiburcio guardó silencio esperando un despido inminente. El cura lo miró pensativo y pragmático como era, le soltó la propuesta a tirabuzón.
-¿Has sido casado?
-No padre- contestó sorprendido por la pregunta.
-Pues necesito que te cases, y mira bien con quién, que debe tener las cualidades que tanto tú como yo necesitamos.
-Pero padre, no creo que haya nadie que…
-Que nada, ¿no le has echado el ojo a nadie?
Él negó con la cabeza.
-Bueno, pues empezaremos a sondear, y de que te acepte la muchacha, no te preocupes, yo me encargo. Así, tú sigues a mi servicio, la muchacha nos sirve a los dos y todos conformes, ¿estamos?
-Sí padre.- dijo sorprendido del inesperado giro que tomaría su vida.
Con eso se cerró la plática donde el padre de Julio aceptó casarse, sin saber con quién, para servicio de Dios y de su representante.
Dos semanas más tarde, Tiburcio estaba casado, sin felizmente, simplemente casado.
Fantasma04 de julio de 2011

5 Comentarios

  • Fantasma

    Hola. Lo que leen aquí es un proyecto de muchos años, y como tal se ha visto escrito una y otra vez. Como ustedes saben, el comienzo de una novela debe tener el gancho para atrapar al lector, y la verdad sea dicha, creo que la primera entrega dejó mucho que desear. Pido su opinión sobre esta nueva. Gracias.

    04/07/11 02:07

  • Flacco

    Hola Fantasma: encuentro este inicio mucho más sólido e interesante. Se lee de manera muy fluída. Bien!

    04/07/11 04:07

  • Fantasma

    Eres lindo y discreto, gracias.

    04/07/11 04:07

  • Asun

    A mi también me gusta mas este principio, aquí la historia se presenta mas clara, ofreces muy bien los orígnes de Julio y yo me he quedado co ganas de seguir leyendo.
    Así que te por mi parte te animo a seguir, aunque no soy mas que una lectora entre tantas.
    Asun.

    04/07/11 09:07

  • Fantasma

    Muchas gracias Asun, agradezco en realidad tu comentario.

    04/07/11 03:07

Más de Fantasma

Chat