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Don Julio. (3)

Felícitas era una mujer humilde, seria y ya estaba entrada en años. Por eso, cuando el padre fue junto con Tiburcio a pedir su mano, toda la familia se sintió sorprendida y alagada por su elección. Pronto ocuparon su lugar en la bodega del santuario, un cuarto de tres por tres, haciéndose cargo cada uno de sus respectivos deberes. Que felícitas fuera buena cocinera (con la virtud de convertir cualquier alimento en un manjar) y hábil con la costura no fue sorpresa para ninguno de los dos pues fueron dichos atributos los que promovieron la elección, no obstante, resultó además extraordinariamente limpia, trabajadora, discreta y sumisa con lo que pronto se ganó el aprecio de ambos varones.
No obstante y siguiendo las leyes de la naturaleza, para sorpresa del cura, que no había reparado en eso, a los tres meses de la boda resultó que la mujer ya estaba embarazada. Durante todo el embarazo no hubo ninguna contrariedad, de no ser por el abultamiento progresivo de su vientre nada hubiera sido notado, si acaso, y así se lo hizo notar el ministro, los platillos tomaron un sabor más agradable.
-Mujer, si con ese estado vais a cocinar con tan dulce sazón, esta iglesia se va a llenar de críos- reía el cura por su buena ocurrencia, pero pronto dejaría de hacerlo, porque al nacer la niña, el santuario y todos los alrededores se llenaron de incontrolables llantos nocturnos, y de pésimos humores por la mañana. Si bien durante el día había una santa paz en el recinto, el padre se puso de tan mal talante, que casi nadie, durante los primeros cuatro meses de Rosario, se atrevió a confesarse con él, bajo peligro de excomunión, regaño frente a los demás feligreses o por lo menos de meses de penitencia.
De no ser porque Felícitas le bordó en ese periodo las más bellas sotanas que había visto, y se esmeró como nunca en la cocina, el padre los hubiera corrido irremediablemente. A los cuatro meses, la niña pareció claudicar a su empresa de desvelarlos, y con ello las cosas se tranquilizaron un poco; aunque resultó que la niña sólo estaba reuniendo energía para sus primeros pasos y su risa, con lo que inundó el santuario, hasta convertirse en una imagen tan común que pasó a ser parte del mismo recinto. Contradictoriamente, mientras daba una imagen al recinto de alegría para los parroquianos, el cura se incomodaba profundamente por sus expresiones de alborozo. Esa situación se fue haciendo cada vez más evidente, y promovió que Tiburcio y Felícitas trataran infructuosamente de acallar su energía. Aunque la risa y las correrías se amortiguaron, la curiosidad y vida que emanaban de la criatura no podían ser coartadas ni con regaños ni con golpes.
Diez años después del nacimiento de su primera hija, Felícitas volvió a quedar embarazada, ante la experiencia vivida, y por el temor de que la tolerancia del sacerdote se viera tentada a correrlos, ni Tiburcio ni ella permitieron que el sacerdote se diera cuenta; evitó estar en su presencia y usó ropas que disimularon su estado hasta la tarde, cuando al estar sirviéndole la comida se le rompió la fuente frente a él. Obviamente el enojo del sacerdote fue mayúsculo, y la amenaza al primer desvelo estuvo presente. Pero el niño que nació, contrario a toda predicción, resultó ser tan silencioso como sus padres, para alivio y contento de todos los habitantes del santuario y de los alrededores, incluida la pequeña Rosario, quien se encargó de cuidarlo a partir de ese momento.
Fantasma06 de julio de 2011

5 Comentarios

  • Marellia

    Donde debe primar el amor, y la tolerancia............

    06/07/11 02:07

  • Fantasma

    Las contradicciones son parte de la realidad. Gracias por comentar.

    06/07/11 02:07

  • Flacco

    Seguimos leyendo...

    06/07/11 04:07

  • Asun

    Me gusta la historia de esta familia, a ver que le ocurre luego...
    Saludos.

    06/07/11 06:07

  • Fantasma

    Muchas gracias Flacco, y Asun, seguimos escribiendo.

    07/07/11 04:07

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