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Don Julio (6)

Aunque la unión de los pequeños era innegable, Julio no siempre podía apoyar a su hermana de los castigos que por cualquier pretexto el sacerdote le imponía, una mañana, después de una chicotiza que Tiburcio le había dado bajo mandato para salvar su alma de la soberbia, Julio la encontró llorando en un rincón del cuarto.
-¿Te duele mucho?
-No son los golpes.
Julio no comprendió por lo que después de un silencio se animó a preguntarle.
-¿Entonces?
-No me quieren, Julio.
-Sí te quieren.
-Entonces, ¿por qué todo lo que hago está mal?
-Eso no es cierto.
-Para ellos sí.
Silencio. Sabía que era cierto. Julio la abrazó.
-Yo sí te quiero.
-Ya lo sé, yo también te quiero mucho. Si no fuera por ti, ya me hubiera ido.
La miró preocupado.
-¿A dónde?
-A Oaxaca.
-¿Y qué ibas a hacer en Oaxaca?
-Estudiar.
-Pero… eres mujer.
Lo miró enojada.
-¿Y qué tiene?
-Dice el padre Ignacio que las mujeres no estudian, por eso no hay escuela para ellas.
-No, aquí no- repuso- pero en Oaxaca sí.
-¿Es en otra parte del mundo?
-No, es México también…
-¿Y qué vas a estudiar?
-No lo sé, leyes o medicina, o algo en lo que pueda ayudar a la gente y sentirme orgullosa de ser mujer, no como me siento ahora.
-¿No te gusta ser mujer?
-Fíjate cómo me tratan, cómo tratan a mi mamá, a Polonia, a todas las mujeres aquí, no tenemos derecho a nada, sólo aceptamos lo que nos dicen y obedecemos porque si no lo hacemos, nos golpean y todo mundo piensa que es lo justo, hasta nosotras mismas. No me gusta la gente de aquí.
-¿Ni yo?
-Tú no eres así, eres mi hermano, aunque quien sabe si en el futuro te vuelvas igual.
-No, yo no voy a ser así…-silencio- cuando te vayas, te voy a extrañar… -lo miró enternecida.
-Son sueños, Julio, son sólo sueños…
Pero pronto supo que los sueños podían convertirse en realidades si los deseas mucho. Una tarde Rosario estaba escondida en la huerta leyendo cuando Julio la encontró. Cuando ella notó su presencia se asustó.
-¡Dios! Pensé que era otra persona!
Él sonrió divertido.
-¿Qué es?- le preguntó acostumbrado a verla leer.
-La Ley sobre la Libertad de Cultos de Don Benito Juárez.
-¿Qué es eso?
Rosario bajó aún más la voz.
-Es una ley que dice que en nuestro país tú puedes creer en el Dios que tú quieras.
-Pero si sólo hay un Dios.
Ella sonrió. Él la miró intrigado.
-Eso es lo que nos han dicho.
-¿El padre tiene ese libro? –ella asintió- ¿por qué?
-Supongo que para conocer al enemigo- dijo divertida.
-Léemelo.
-“Artículo 1º”, las leyes- le explicó- se dividen en partes que se llaman así- luego continuó- “Las leyes protegen el ejercicio del culto católico y de los demás –recalcó- que se establezcan en el país…”
La lectura fue interrumpida cuando Rosario levantó la vista para descubrir los ojos azorados de su padre.
-¿Qué está haciendo? – instintivamente, ella trató de ocultar el libro- ¡Deme eso! – se lo arrebató. Entonces sí era cierto, sabe leer, y yo que le aseguré al padre que era una casualidad lo de la ausencia de los libros de su biblioteca…
-No me he robado nada.
-Pero los ha agarrado. –ella bajó la mirada.- ¿Quién le enseñó? – silencio- fue Polonia ¿verdad?
- Le juro que no, yo aprendí sola.
-Que sola ni que nada, es cierto, esa mujer sólo da malos ejemplos.
-No papá, le juro que no.
-Usted no entiende muchas cosas de la vida.
-Pero si entiendo lo que es justo y lo que no lo es. Y leer no es pecado.
-Las mujeres no nacieron para eso.
-¿Y para qué nacimos entonces? ¿Para que nos maltraten? ¿Para que nos golpeen? ¿Para no saber nada más que obedecer? ¿No somos hijas de Dios igual? ¿Por qué nos quieren hacer menos?
Tiburcio se sorprendió de las palabras de su hija, la miró retrocediendo y dio vuelta sobre sí mismo alejándose. Julio miró a Rosario sorprendido.
-No te pegó.- ella lo vio, asustada.
-No- pero sabía que algo peor que los golpes se avecinaba.
Fantasma06 de agosto de 2011

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