Aquella noche la luna le ponía nombre a los transeúntes que caminaban bajo su luz, el asfalto embellecido por la mugre ajena y cosas así que todos hemos visto, pero lo que realmente importa es que hay lugares donde la luna no dibuja sombras y los asfaltos se ausentan, allí es en donde sucede lo intenso de la vida, donde se ama y se muere en silencio.
Ahí es donde el barro se enreda en el sol; después de una tormenta, donde rueda el alma de un niño libre, un niño barro. En los días de lluvia las gotas golpean los techos de chapa imitando una sonata de enamorados, una tierna canción de cuna. En ese lugar he de enterrar mi alma para desenterrarla un día de lluvia o de sol secando el barro.
Cómo olvidar de donde vengo, si a donde voy no hay nada. Es entonces que he de beber toda el agua del río- para limpiar mi penar- y sólo importa lo que voy a decir: que extraño mis pagos, lo demás quién sabe si serán puras palabras.
