Apoyo la cabeza en las rodillas y suspiro bien hondo. Como si de ello dependiera mi pensar. Cierro los ojos, y una catarata de imágenes, sensaciones y olores me abunda y ya no me siento atrapada en la soledad. Estás en todos lados aunque ello lastime sobremanera.
Estás en todas las caras y en todas las conversaciones; te colás entre los huecos de mi alma como el viento helado de Junio. Y yo que soy puro fuego que arde, a la espera de manantiales quque nunca parecen llegar. Porque el viento no alivia el fuego, lo aviva y me quemo. Se me quema el corazón.
Hay un momento infinito en que se me acaban las fuerzas.
ya no tengo más ganas de esperarte.
Hundo un poco más mi cabeza entre las rodillas, y le muestro a los restos de mi entereza la bandera blanca. Tregua. Al cerebro y al corazón, los dos que más brillan y se prenden en este fuego. La hoguera repica en mi pecho...en las sienes... cuando por fin un par de lágrimas magras caen de mis ojos. Es, quizás, la hora de purgar.
Y purgo el alma. Como nunca antes, como siempre debiera haber hecho. El consuelo amargo y solitario -autoconsuelo en medio de imágenes que suscitan más lágrimas- aminoró el fuego; me trajo de vuelta a la realidad.
Me trajo, a mi cabeza hunda en las rodillas, a tu imagen latineen en mi pecho. A desearte intensamente y saberme incapaz de tenerte.
Por tu rumbo perdido y mi inconexión con tu tiempo.
De fuegos y purgatorios se trata la dicotomía. Suspiro lentamente, sin poder distinguir aún, que puede llegar a mejor puerto...
un descanso cuando decidimos dejar la vida descansando en nuestras rodillas...
una hermosa y cruda descripcion de este proceso donde nos limpiamos de todo... de todos... de uno...