Donde Me Lleve El Viento?
A veces dábamos paseos por calles que no nos conocían o nos sentábamos en algún café con la excusa de estar juntas un rato más. Ella sacaba su libreta de dibujo y un lápiz Staedtler y me inmortalizaba entre sus hojas. Cuando acababa su obra, la miraba con aire triunfal y me la enseñaba, orgullosa. Yo siempre me quejaba diciendo que no tenía la nariz tan grande o los labios tan finos y ella me decía que sí, que me mirara bien en el espejo. Un día le dije que me dejase retratarla.
-Ni lo intentes- replicó.
Yo era una dibujante pésima y Lucía lo sabía.
-Entonces te escribiré algo. Te retrataré en un poema.
Otras veces nos sentábamos en un banco del puerto y contemplábamos el mar hasta que anochecía. Ella me confesaba que quería huir, que quería dejar Barcelona y marchar a un lugar donde ni su padre ni nadie puedieran hacerle más daño. Yo la miraba y le explicaba que si cerraba los ojos y dejaba la mente en blanco, podría ir donde le llevase el viento. Lucía me miraba, todo el brillo del crepúsculo sobre el mar atrapado en sus ojos.
-¿Donde me lleve el viento?
Y sonreía.