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29 de agosto de 2011
por folicega
-¡Papá, papá!
-¡Ven aquà princesa!
Pato corrió a donde su padre que se encontraba de rodillas en el jardÃn, saltó sobre él y le dio un gran abrazo que los hizo caer y quedar acostados sobre el césped, ese césped duro y puntiagudo que fastidia cuando te acuestas en él, pero que no es más que un pequeño detalle que no podrÃa arruinar la felicidad de un rencuentro.
HacÃa dos semanas que Fernando se habÃa ido en un viaje de negocios y ahora por fin volvÃa a su familia. Nunca antes habÃa pasado un solo dÃa sin ver a su hija y este viaje habÃa resultado increÃblemente duro para él. HabÃa imaginado tanto ese momento donde volverÃa a verla y darle lo que tenÃa para ella que no le importó que aun no hubiera entrado a la casa, abrió su maleta ahà en el jardÃn en medio del césped aun mojado por la lluvia de hacia un par de horas y sacó una muñeca, Pato abrió aun más sus grandes ojos para detallar por completo aquella muñeca de trapo que llevaba puesto un vestido azul, porque él sabÃa cuánto odiaba Pato el rosado; y lo abrazó fuertemente sin soltar la muñeca, él la levanto en sus brazos y dio vueltas con ella.
SofÃa solo miraba desde la ventana jugar a su esposo y a su hija, sin siquiera atreverse a hacer el mas mÃnimo ruido que pudiera interrumpir aquel mágico momento, solo los miraba con esa mezcla de felicidad y de celos, porque no podÃa evitar sentir celos al ver a su esposo con su traje de oficina tirado en la hierba con aquella niña de profundos ojos azules que habÃan robado en él esa mirada de ‘‘niña de sus ojosÂ’Â’ que antes pertenecÃa a ella, pero sus risas eran tan fuertes que le tocaban el alma y no le quedaba más que esperar paciente su turno. Finalmente vio sus ojos encaminarse a la casa, primero a la puerta y luego a la ventana, y ahà estaba ella, regalándole una hermosa sonrisa y una lágrima. Fernando suelta a Pato por un momento y saca un pequeño cofre de la maleta, se agacha y se lo muestra a Pato, todo lo que SofÃa podÃa ver era aquel cofre rojo un poco alargado, la alegrÃa de su hija y la mirada de su esposo que ahora no se despegaba de ella, dijo algo a Pato sin dejar de mirarla y la señaló, Pato dejó caer la muñeca en el césped, tomó el cofre en sus manos, lo cerró y corrió hacia la casa.
El corazón de SofÃa empezó a latir muy rápido, fue a la puerta que seguÃa abierta y vio a Pato correr hacia ella con su cabello negro revuelto por el viento y aquella sonrisa que no dejaba de ser hermosa aunque le faltara un diente. Y asà como el primer rayo de sol interrumpe a la oscuridad por la madrugada, asà fue el ruido de ese carro negro acercándose desde lo lejos, casi imperceptible hasta el momento en que te obliga a darte cuenta de que hay algo que se aproxima con extrema violencia. Fue entonces cuando Pato se detuvo y miró hacia atrás, vio como el carro se detuvo y aquel hombre cuya piel parecÃa quemada por un sol de cien años sacó un arma y disparó en dirección a su padre. Pato tomó un buchado de aire muy corto y rápido y se puso la mano en el pecho, lentamente abrió la otra mano y dejó caer el cofre. El carro se alejó hasta desaparecer entre los edificios y Pato se quedó ahÃ, inmóvil, sin poder borrar el rostro de aquel hombre de su mente. Su madre gritaba, pero Pato no la escuchaba, se habÃa quedado en el primer disparo, en ese pequeño instante, no habÃa escuchado los otros dos disparos, no habÃa escuchado al carro irse y no habÃa escuchado a su madre gritar. Y estaba de pie, con los ojos abiertos enfrente de su madre arrodillada llorando sobre su padre con las manos y la ropa llena de sangre, pero ella no veÃa nada, miraba pero no veÃa ni entendÃa nada, asà como cuando abres un libro en una página cualquiera y ves la hoja llena de letras pero no la lees y no tienes la más remota idea de lo que dice el libro, asà veÃa Pato aquella imagen.
La gente empezó a acumularse alrededor de SofÃa que seguÃa de rodillas llorando sobre su esposo. Marta una de las vecinas que habÃa escuchado los gritos de auxilio, habÃa llamado a la policÃa y a una ambulancia. Tomó a Pato entre sus brazos para llevarla lejos de la escena, pero no sin antes asegurarse de que los ojos de SofÃa ya la habÃan visto cargándola. Marta era madre y era esposa y entendÃa perfectamente que SofÃa necesitaba estar ahà con su esposo pero que no podrÃa hacerlo sin saber que su hija estaba segura, por eso esperó con Pato en sus brazos cubriendo su rostro dulcemente contra su cuerpo, ahà de pie mirando desde lejos hasta que finalmente la mirada desorientada de SofÃa buscando a su hija se cruzó con la de ella, SofÃa solo tuvo que asentir con la cabeza para que Marta entendiera que podÃa llevársela de ahà y que tendrÃa que ser madre sustituta por esos momentos, ya que cuando se es madre no se puede ser mujer y SofÃa necesitaba ser mujer, su esposo, padre de su hija y amante, estaba muriendo frente a ella.
La ambulancia no tardo en llegar, los paramédicos no pudieron impedirle a SofÃa que subiera a la ambulancia con ellos, en esos momentos ni siquiera Dios podrÃa separarla de su lado. Una vez en la ambulancia por más que intentaron detener el derrame y normalizar su estado, la vida de Fernando se fue agotando, y fue justo en el momento en el que un hombre curioso levanto el cofre rojo abandonado en la hierba, lo abrió y admiro los 2 brazaletes plateados que contenÃa, uno grande y uno más pequeño, justo en ese momento Fernando pronunció sus últimas palabras: “las amo más que a nada, cuÃdala”; lo dijo solo asÃ, sin dificultad alguna, como si la vida no se le estuviera escapando, y entonces se fue, dejando atrás su cuerpo, como los brazaletes se fueron en el bolsillo de aquel hombre, dejando atrás el cofre rojo.
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Perfecto, Folicega! No te preocupes por tu forma de escribir, puede y debe gustarle a cualquiera. Te sigo, un abrazo. :D