Francamente, estoy cansada
de sentirme mal por sentir algo.
Francamente, estoy cansada
de sentir que sentir está mal.
Francamente, estoy cansada
de pedir perdón por sentir miedo,
por tener celos,
por el amor que me corre por las venas.
Francamente, estoy cansada
de que la cabeza pese más que el corazón.
Francamente, estoy cansada
de que mi corazón se dé de bruces
contra el muro de tu ciencia.
Francamente, estoy cansada
de ponerle límites a mi imaginación,
a mis ansias de dejarme llevar,
a mi necesidad de dejar que el alma vuele.
Francamente, estoy cansada
de que inmadura sea confundido con tradicional,
que el querer sea confundido con enfermedad.
Francamente, estoy cansada
de llamar debilidad a mi humanidad.
Francamente, estoy cansada
de tener que disculparme por mis emociones,
como si tenerlas fuera algo prohibido.
Francamente, estoy cansada
de tener que excusar mis lágrimas,
mi felicidad.
Francamente, estoy cansada
de tener que dar explicaciones de todo lo que siento,
de tener que puntualizar todos mis sentimientos.
Francamente, estoy cansada
de tener que estudiar para exámenes que no quiero,
como si viviera en una universidad perpetua de la vida emocional.
Francamente, estoy cansada
de tener que censurar todo lo que pienso.
Francamente, estoy cansada
de vivir en la más estricta racionalidad.
Francamente, estoy cansada
de ser tildada de enferma,
de loca, de incoherente;
de niña salvaje a la que hay que domesticar.
Francamente, estoy cansada
de renunciar a mis expectativas,
de martirizarme por tenerlas,
de obligarme a dejar de soñar.
Francamente, estoy cansada
de contenerme,
de enjaularme,
de no poder hablar sin pensarlo todo mil veces.
Francamente, estoy cansada
de estar cansada
y cansada de darle vueltas a todo esto,
de sentirme mal por ser como soy.
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