Sabes tan bien como yo que siempre he estado ahí, a un lado tuyo, esperándote, apoyándote, suavizando tus caídas...
Bajo mi punto de vista yo nunca te fallé, y, si lo hice, fue sin quererlo.
Miles de discusiones se han entretejido en nuestra curiosa relación, una que no está muy bien definida, que es confusa, difuminada...
Siempre soy yo la que tiene que dar el primer paso para reconciliarlo todo, tú nunca mueves un hilo para recomponer lo que se haya podido romper.
Pero, como me importas, yo voy aguantando, y mi vaso se va llenando cada vez más, centímetro a centímetro; y el papel en el que estás escribiendo y en el que yo voy hechando típpex se está gastando y acabará rasgándose inevitablemente.
Quiero evitar que eso suceda, quiero evitar el dolor, el sufrimiento... Pero cuanto más lo intento, más va aumentando el dolor y la tristeza, más va aumentando la distancia entre tú y yo.
Al final ¿qué tendré que hacer? ¿Dejar que me rasgues? ¿De ser yo la única que llora cada día? ¿De ser yo la que se preocupa y la que va reconstruyendo, ladrillo a ladrillo, lo que tú, con tus actos, derrumbas a cada instante?
No.
Lo siento, pero no puedo más. Todo esto me supera.
No puedo seguir siendo la que tira de un carro en el que se van acumulando cada vez más porquerías inservibles e inútiles que lo único que hacen es entorpecernos.
No puedo seguir adelante, aferrarme a algo que no existe, o que tú no dejas existir.
Me cansé de seguir esperando, llorando, aguantando todo lo que tú me haces inconsciente o conscientemente.
El vasó se volcó y el agua se desbordó.
Lo siento, pero me quedo aquí.
