Te elegiría una y otra vez.
En cualquier momento,
tras cualquier etapa.
Da igual con cuántos desvíos
evite el camino de vuelta a ti,
porque la verdad es que siempre regreso.
A ti.
A lo nuestro.
Sin importar el resto.
Aunque tú no me elijas.
Aunque mi ausencia pase desapercibida
para ti
si una mañana me levanto y me voy.
Aunque ver mi cara nada más levantarte
y justo antes de dormir
no te traiga alegría.
Sé que mi presencia te aburre;
te es útil o agradable en el mejor de los casos.
Pero no es lo que anhelas.
No me echas de menos si no me ves
o no hablas conmigo.
Sigues tu vida con tediosa rutina
y escapas de mis manos
en cuanto se te presenta un descanso
y tomas la salida.
Sin pensarlo,
sin mirar atrás.
Porque formo parte de esa eterna lista de cosas
de las que necesitas despejar.
No te hago feliz.
No te enamora verme contenta.
Si desaparezco no te das ni cuenta.
Soy invisible para tu corazón.
Y duele.
Da igual que me haga la dura
y busque mil trescientas excusas.
Duele.
Porque,
como dije,
te escogería una y mil veces.
Porque veo en ti el marido que no tengo
y la familia que no quieres construir.
Porque te quiero y te amo
y me cuesta dormir cuando llegas tarde a casa
y la cama se enfría.
Porque echo de menos
sencillamente
el vivir.
Salir.
Pasar tiempo juntos.
Dormir abrazados.
Follar durante eternidades.
Hacernos fotos y que las subas.
Sueño con que me mires como si fuera importante para ti
cuando la realidad
es que a penas me miras siquiera.
Odio ser la última para ti.
Odio ser anodina,
que no te dibuje sonrisas
el ver fotografías mías en redes
o verme en ropa interior
esperándote en casa.
Odio cómo
solo soy un mueble más para ti.
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