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La Escuela de Las Orillas 10 de noviembre de 2015
por francisco1

Había una vez una escuela, cómo muchas escuelas que hay en el país; una escuela pobre. Se encuentra a las orillas de la ciudad y los niños y niñas que acuden a ella, también proceden de las márgenes, porque es bien sabido que a las escuelas pobres acuden los niños más pobres… y son pobres no solo porque carezcan bienes materiales, sino que es una pobreza más profunda…intelectual y espiritual. Es la miseria que se ensaña y se reproduce como si fuera una gangrena que pudre la piel, así; la miseria en todas sus expresiones acaba por podrir el alma. Entonces en las aulas de estas escuelas, la enseñanza que se imparte se encarga de hacer más honda la indigencia.


Pero no perdamos el ánimo, y vamos a contar lo que sucede en esta escuela.

Cierto día, los niños y las niñas llegaron al plantel, se reunieron en la cancha central recién barridita por el conserje y cada maestro con su grupo, guió a los infantes hacia las aulas. La maestra de primer año quiso iniciar la clase, abrió su bolso, color negro matizado con figuras de corazones blancos y pequeños. El bolso se parecía más a una mochila y por la cantidad de cosas que en ella traía, sin duda pesaba unos cinco kilos. No todos los niños se acomedían a cargarla, ya que por el peso corrían el riesgo de una dislocación de cuello, no en balde los niños le decían la “la mochila troza cuellos”.

Por fin sacó unos plumones para “pizarrón blanco”, intentó escribir usando el color negro pero la punta que antes era afilada, ahora se encontraba chata y desgastada, aún así con la poca tinta que en el marcador quedaba, alcanzó a garabatear para solicitarles a los niños lo siguiente: “¡mañana deberán traer cada uno un peso para comprar plumones y otro peso para comprar las hojas de las pruebas”. Disculpemos estos exabruptos de la maestra, acuérdese el lector que la escuela es pobre y de alguna parte tienen que salir los útiles para la enseñanza diaria de los niños y mejor volvamos al plantel.

Al siguiente día, la comunidad escolar se reunió para celebrar con honores a nuestro lábaro patrio. El sonido del timbre los convocó desde hora temprana a maestros, alumnos, autoridades y padres de familia a tomar su lugar alrededor de la cancha. A pesar de que el viento frío de febrero soplaba y sacudía los viejos yucatecos, la cancha lucía impecable. No era para menos, es el día de la Bandera. Antes de iniciar la ceremonia. los padres de familia invitados al evento cívico discuten sobre la importancia del día: ¿porqué el 24 de febrero las escuelas tienen clases?, y en cambio el 5 de febrero no? Hace mucho tiempo no había clases el día de la bandera, concluyen su discusión con juicio determinante.

En fin, era un 24 de febrero y en esta escuela de las orillas, aquel día, se aprovechó para lucir las escoltas de todos los grados escolares. Cada una de ellas, desde los niños de primero hasta los pubertos de sexto grado, recorrió en interminable desfile la cancha cívica del plantel.

Pero volvamos con la maestra de primer grado, ya que le invade una preocupación, ¿quién cuidará de Jorgito, su alumno de seis años y el más flaquito e inquieto de la clase, mientras ella se hace cargo de la escolta?

Después de pensarlo un rato, se le ocurre que la “teacher”, es decir, la maestra de inglés, ella puede ayudarla a apacentar a Jorgito durante el desfile de las escoltas. Como dijimos antes, el clima no ayudó mucho, sopló un viento fuerte y helado que además de estropear las maniobras de las escoltas, tenía a todos los presentes amoratados de frio.

Jorgito se encontraba prisionero con la “teacher”, y ya el desfile de escoltas se prolongaba más de dos horas. Obviamente la exposición al clima tan helado hizo estragos en la pequeña humanidad de Jorgito, de pronto empezó a bailar moviendo rítmicamente hacia arriba y hacia abajo cada una de sus piernas y con la mano que libre tenía, porque la otra era prisionera de la teacher, se tocaba la bragueta de su pantalón, al mismo tiempo que bailaba. Con un jaloneo hizo que la teacher volteara a verlo y le dijo: “me estoy meando”; a lo que la Teacher le contestó en tono de broma “orínate en los calzones” y rápido Jorgito contestó “no porque me chinga mi’ama”.

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