Fui para ella su emparedado de jamón, queso, una hoja de lechuga y aderezo,
aguardando su apetito en el fondo del frigobar...
lógicamente me comía sólo cuando no disponía de un banquete,
carnes asadas, mariscos...
bueno, acepto que hasta con chilaquiles me sustituía...
Alguna vez pretendí ser su platillo fuerte,
oh! vana aspiración! querer ser como una lasaña horneada...
también me autoengañé cuando alguna ocasión la vi deborarme con gusto,
cuando me llamaba sabroso, rico!, delicioso!
Mis mejores momentos con ella,
fueron paradójicamente en su época de vacas flacas...
ya sabrán porqué: era el único que la satisfacía...
Cuando la prosperidad vino a sus negocios,
simplemente se olvidó de mi...
enmohecí de tanta angustiosa espera...
de poco me sirvieron los seis grados centígrados,
quedé indeglutible, indegustable e indigerible...
no la culpo, fue mi error ser sólo un emparedado en esa relación.
A todos nos ha pasado ¿no? Yo tengo otro nombre, pero en el fondo la sensación es la misma y el desprecio también: ser plato de segunda mesa