Pasé toda la noche leyendo el Libro de la Vida, suspendido entre sus páginas de luz y de sombra, de vigilia y de sueño. Poco antes del amanecer, comprobé con angustia que ya estaba a punto de llegar al final. Traté por todos los medios de alargar la lectura del texto, de estirar en lo posible su contenido. Llegué a la última página, leí el último párrafo, y después la última palabra de la última línea, la última letra...
O de no haber nacido. Si el libro es la vida, sólo su lectura lo dota de sentido. Y si tiene sentido es porque encierra un misterio. Por ejemplo, la posibilidad de renovarse infinitamente. Pero sólo la posibilidad...