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Htebsil Tsumita 11 de abril de 2012
por gerardo
Htebsil, la tsumita
¿Quién es ella, de dónde viene?
En las entrañas cálidas de una gran costa fue concebida, ahí fue formado su cuerpo. Cuando vio la luz, otro par de ojos se cerraron, y no lloró ella, sin embargo hubo otro llanto que llenó la habitación, el llanto de su padre. No recuerda si fue la cara amarilla del sol quién le dio la bienvenida a la costa, o si fue la cara pálida de la luna quien primero besó sus pequeñas mejillas. Desde su llegada muchos vinieron a conocerla, algunas pequeñas criaturas que andan o se arrastran. También las aves volando libres, han venido a su ventana.

Al crecer en años y estatura, su belleza brotó como brota la primavera en Costa Verde. Sus pies recuerdan el color del castaño, con dedos semejantes a pequeñas piedrecillas preciosas sacadas de un riachuelo, subiendo por sus piernas vemos que no son tan delgadas, tienen la gracia de una gacela y su color es como el de sus pies, como el castaño en pleno verano bañado por el sol, así es el color de todo su cuerpo, todo rima con el paisaje, como un verso que rima en todas sus líneas. Sus brazos son delicados, delgados pero no les falta fuerza; cálidos como la costa misma, y prestos para abrazar.
Luego vemos su rostro, delgado y finamente tallado, un escultor en sus mejores días no podría tallar algo tan hermoso, no hay herramienta, no hay material para igualar su mística belleza. Su sonrisa encanta, hechiza al instante, es indeleble ante las circunstancias, resiste el tiempo, es como si fuese tallada en roca viva, pero se deja ver con facilidad.
Su rostro absorbe la luz del sol y la luna, incluso el brillo de las estrellas, y la devuelve en una mirada arrebatadora que puede congelar la ira y el enojo. De mirada profunda, simpre mirando lejos, sus ojos son ventanas a Su alma y sus pensamientos. Sus cabellos se confunden con el color de su piel, son ligeros, finos, sedosos y gustan de juguetear con el viento, además son felices cuando algunos dedillos tienen la dicha de peinarlos y acariciarlos. Son sus cabellos un gran velo que cubre su belleza, atesorándola como un presente sin dueño.
Aun con toda esta belleza, lo más hermoso que posee es su voz. Tienen más gracia sus cantos que su cuerpo, su rostro y sus miradas. Por que su voz, sus palabras, pregonan de lo que hay en su corazón, y su corazón es íntegro.

Esta es Htebsil, ella sale a la puerta y bajo el umbral alza su mirada y ve lejos, hasta donde los jilguerillos juguetean entre los árboles y más allá, donde el sol baja la pendiente de la montaña, bañando las primeras arboledas. Ella cruza la puerta y camina sobre el césped con los pies descalzos, es una suave alfombra que ha quedado húmeda con el rocío de la noche... este es su lugar, tierra cálida, aire tibio, viento fresco, con las montañas al este y el horizonte del mar al oeste. Aquí el aire no es prisionero, el viento sopla veloz de un lado a otro con total libertad. No hay caminos para andar, sus pies son como el viento, va por doquier como una nube que se pasea donde quiera, sus horizontes nunca terminan. Su corazón es feliz en su tierra, siente que tiene tanto que andar y que el tiempo no le alcanzará para recorrerlo todo.
Pero algo inesperado vino sobre ella, y sus felices días en la costa llegaron a su fin. Por que esclavos somos del destino, y el suyo la alcanzó mucho antes de lo que esperaba. Como una sombra se acercó y no la vio venir hasta que estuvo sobre ella. El árbol que la sostenía, la raíz de donde nació, empezó a crecer y a extenderse, sus ramas se ampliaron buscando nuevas tierras, y de este modo entretejía su nuevo destino. Un día inesperado, parecía un día normal, le llegó la noticia, la nueva de que un viaje se emprendería, y sintió que su vida cambiaría, pues sentía que ella debería participar en el viaje, y cumplir su destino. Su corazón se lo pidió, por que a su corazón lo estaban llamando.
Así sucedió, a tierras nuevas llegó, y mucho de lo que amó quedó atrás, y de mucho no se despidió, y ella, solo ella, sabe si por algo lloró. En su viaje ha encontrado devoradores que quieren darse un banquete con sus carnes y hacer un festín alrededor de su cuerpo. Pero al final vivió y llegó a nueva tierra, los días del sol quedaron atrás, el azul del cielo fue cambiado por un gris que perdura casi todos los días, y las dulces montañas redondeadas se cambiaron en amenazantes picos escarpados que parecen abalanzarse sobre ella. El viento ya no es fresco, si no frío, congela la garganta, los pulmones, pero sobre todo el corazón.

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